Hace cuatro décadas titulé una columna, y luego una colección de artículos periodísticos, con la pregunta “¿Por qué soy optimista?”. Con el pasar de los años, más de una vez, traté de entender esa fe, aparentemente ciega, ante tanto suceso deprimente en la vida nacional. Paradójicamente, ha sido el reciente fallecimiento de Graciela Fernández-Baca de Valdez, amiga y socia con quien he compartido medio siglo de vida profesional, lo que me abre los ojos a una potente razón para la persistencia de esa seguridad. Es que, en todo momento, y en los dos grandes ámbitos de la vida –familia y país– la presencia de Chela era un faro, una luz constante de compromiso, efectividad y amor. Como la fe en el milagro de los panes y peces, esa luz multiplicaba el positivismo y la entrega de todos los que tuvimos la buena fortuna de estar cerca de Chela durante su vida.
Chela llegó muy joven a Lima desde el Cusco, ya formada como contadora y economista, y asumió una variedad de responsabilidades en el sector público, y en entidades empresariales y de acción social, hasta el final de sus días. Fue incluso congresista de la República durante los años 90. Nos conocimos en 1963, durante los primeros meses de mi carrera profesional, cuando ella dirigía el procesamiento del censo de aquel entonces. Años después, cuando yo ejercía la presidencia del BCR, Chela fue nombrada directora del INEI; una coincidencia que nos acercó como personas y como instituciones porque la buena estadística es un requisito esencial para calibrar los instrumentos de control monetario. Posteriormente, nos asociamos para realizar un proyecto de educación pública en aspectos estadísticos de la vida familiar: creamos el Instituto Cuánto y publicamos la revista “Cuánto”, para divulgar los números de la vida diaria, además del sustancioso y útil compendio “Perú en números”, que fue muy buscado.
Un hito de su labor en el INEI durante los años 80, que merece ser registrado por los historiadores, consistió en su participación en la iniciativa para una medición sistemática de la pobreza y de las condiciones de vida de las familias a través de encuestas. Esas mediciones, concebidas e impulsadas por el Banco Mundial, hoy son la base para el monitoreo de la pobreza y de carencias sociales, como el saneamiento, el agua potable y la calidad de vivienda. La primera de esas encuestas fue realizada en el Perú en los años 1985 y 1986, durante la gestión de Chela en el INEI, y su continuación sistemática ha contribuido a una mejor gestión de la política social. Menciono con orgullo que el BCR participó en esa innovación estadística con un aporte financiero.
Pero lo que más quisiera destacar es el papel central que jugó la familia en su vida. Hoy somos muy conscientes de la importancia de una buena Constitución para regular la vida política de un país. Pero esa misma necesidad existe también en la vida familiar. Las normas que definieron el éxito de Chela en su vida profesional –el orden, la puntualidad, el respeto a las personas, la absoluta honestidad y el compromiso con los objetivos de su institución– fueron las mismas que, junto con Américo, su esposo, sus cuatro hijos y luego sus nueve nietos, le permitieron crear un hogar de extraordinaria unidad, compromiso y calor humano, y donde nunca faltaba espacio para acoger a un viajero de paso. Eusebia, quien fue su brazo derecho en la casa durante 20 años, dijo el día que la despedíamos: “Yo voy a pedirle a Diosito para que le mande al Perú muchas mujeres como ella”.