"Pero de tanto sembrar vientos bien podrían cosechar tempestades más temprano que tarde" (Mario Zapata Nieto / @photo.gec).
"Pero de tanto sembrar vientos bien podrían cosechar tempestades más temprano que tarde" (Mario Zapata Nieto / @photo.gec).
Omar Awapara

Desde la temprana salida de Héctor Béjar del Gabinete, no hay semana en la que se dejen de vocear rumores sobre inminentes cambios ministeriales: desde el “insostenible” Iber Maraví hasta el incendiario Guido Bellido. A pesar de que el frente interno del Gobierno es un hervidero de conflictos, como ciertos chats revelaron, la coalición de izquierdas que lo sostiene parece no solo haber logrado mantener el marcador en cero en los primeros 15 minutos, sino también asentarse y, con casi nada, salir a la ofensiva con un discurso nacionalista y populista.

Y, por otro lado, ha decidido también empezar a jugar al límite, enseñando la carta de la cuestión de confianza y siendo sumamente ambiguo frente a su uso. A la posibilidad de ser puesta sobre la mesa en defensa de Maraví, se suma como opción que el Ejecutivo la emplee precisamente antes de que el Parlamento intente ponerle coto a su uso indiscriminado a través de una ley que la regula y que puede aprobar por insistencia si es que el Gobierno la observa esta semana.

El uso y definición de estos mecanismos constitucionales está lejos de ser inequívoco y queda sujeto a una interpretación cuyo veredicto nadie puede garantizar. Entraríamos, nuevamente, al terreno de lo “fáctico”. La pregunta es: ¿le conviene al Gobierno abrir esa puerta en estos momentos?

Como destacaba Carlos Meléndez el lunes en una entrevista en RPP, este es un Gobierno “radical, débil y ‘amateur’” que, sin embargo, “está poniendo los términos de la agenda”. Más allá de las formas y de los efectos negativos sobre los actores económicos que la incertidumbre provoca, están logrando impulsar temas discutidos en campaña y descritos en su plan de gobierno (el ‘aggiornado’), como la renegociación de Camisea y la segunda reforma agraria, y siguen alineados y orientados hacia el proyecto de la asamblea constituyente (para el que todavía necesitan tiempo para recoger más firmas).

Hay divisiones internas, desde luego, y también una obsesión por mostrar unidad y lealtad hacia una línea ideológica, especialmente del ala cerronista. Castillo se abstrae de la lucha cotidiana y queda Bellido para el combate político. Pero para ser un Gobierno que ganó por unos miles de votos y que cuenta con una minoría precaria en el Parlamento, tiene la ventaja de enfrentar a una oposición carente de norte y estrategia, y que camina sobre cáscaras de huevos incluso ante lo que parecía ser un gol servido como la censura a Maraví.

Es una coalición estrecha, entonces, donde cualquier apertura o concesión alejada del ideario es interpretada como una traición al pueblo, que rechaza una hoja de ruta y desprecia el centro político, y confía en que eso le alcanzará para manejar todos los minutos que quedan por jugar.

Más allá de los arrebatos semanales de Bellido, en un contexto así, ¿tendría sentido para el Gobierno apostar por el juego duro? Ayer, Aníbal Torres declaró que el Gobierno no haría cuestión de confianza por Maraví, pero poco después Bellido pareció desautorizarlo, mientras que el propio Maraví colgaba una foto sonriente con el presidente en sus redes. El domingo, el propio Bellido había vuelto a las andadas verbales, amenazando al Congreso con un presunto cierre en caso no se apruebe una inexistente ley sobre la segunda reforma agraria.

Veremos pronto un desenlace en torno de Maraví y el Ejecutivo observará o no la ley que regula la cuestión de confianza el jueves. Comprobaremos si es verdad que están dispuestos a desenfundar la ojiva nuclear. Parece improbable, porque acumulan victorias simbólicas y mantienen una base fiel entre el electorado que los llevó al poder. Pero de tanto sembrar vientos bien podrían cosechar tempestades más temprano que tarde.