Todos los actores políticos que buscan participar en las próximas elecciones generales evalúan que el país atraviesa una profunda crisis, pero hasta ahora ninguno actúa en consecuencia. Se afirma que la sociedad está fracturada, que el Estado sufre una debilidad extrema y que el sentido del bien común ha desaparecido, pero cada grupo sigue jugando su propio partido, con sus conocidos, y aferrándose a su camiseta. Preocupa en especial que los políticos democráticos se dejen ganar por tal vorágine.
¿Por qué nadie está dispuesto a tender redes, a organizar alianzas? En primer término, porque dirigentes y grupos son parte del problema. Una expresión significativa de la crisis es la alta desconfianza interpersonal, algo que se traslada al ámbito de la política como suspicacia no solo entre sectores con claras divergencias –circunstancia que podría entenderse–, sino incluso entre quienes piensan de manera similar y tienen proyectos parecidos.
Hay una fuerte resistencia a entender que la política peruana necesita, antes que nada, negociación –una negociación permanente, sobre todo entre propuestas similares– para recuperar confianzas y conciliar planes que mejoren la vida cotidiana. La extrema dispersión política actual, la desconfianza frente a los dirigentes y los partidos por parte de la amplia mayoría de la población, y la consuetudinaria carencia –o mala calidad– de servicios básicos en salud y educación son desafíos imposibles de afrontar por fuerzas pequeñas o victoriosas solo porque la suerte las alumbró.
Una fuerza democrática requiere prepararse para gobernar, a contracorriente del ánimo vigente de extrema tolerancia frente al individualismo radical; de la informalidad instalada en la economía e invadiendo la sociedad; y, en especial, de la ilegalidad, que hace de las suyas en múltiples e importantes espacios. Confiar solo en la tribu, en el grupo íntimo, para no complicarse con acuerdos e iniciativas “ajenas” resulta, a estas alturas, muestra de un realismo estéril, un reflejo conservador que lleva a mirar por sobre el hombro a quienes hablan de alianzas y pactos.
La clave para modificar la dinámica actual es impulsar acuerdos entre actores de un mismo espectro político, un factor de renovación fundamental que permitiría reivindicar la democracia frente a una ciudadanía descreída. De lo contrario, se mantendrán inamovibles los factores de dispersión y crisis en un país desgastado por el escepticismo.