Ian Vásquez

En décadas recientes, los líderes de las democracias capitalistas avanzadas se han vuelto cada vez más aversos al riesgo. En búsqueda de la estabilidad económica y de un continuo crecimiento han recurrido a las políticas del fácil.

Según esta narrativa, las recesiones y crisis financieras son problemas del que han sido agravados por el “neoliberalismo” que redujo el papel del Estado en la economía. La mejor manera de evitar o solventar esos problemas, por lo tanto, es a través de políticas fiscales generosas y medidas monetarias laxas.

En su nuevo libro, “¿Qué ha fallado en el capitalismo?” (“What went wrong with capitalism?”), el experto financiero Ruchir Sharma muestra que esas políticas han producido recesiones menos frecuentes y de menor intensidad. Por esta razón, sus arquitectos dicen que han sido exitosas.

Sin embargo, Sharma difiere. El experto dice que los problemas que el dinero fácil está creando ya están causando enorme daño y siguen creciendo. Estos incluyen deudas públicas que se han disparado, una reducción en la productividad, una mala asignación de capital a gran escala, un aumento en la desigualdad económica y una caída en la confianza que tiene la gente en el sistema capitalista, lo que, a su vez, incentiva el populismo.

Solía ocurrir que los países avanzados no entraban en déficits fiscales si no era por guerras o recesiones económicas. El keynesianismo recetaba un gasto deficitario durante las crisis y superávits durante los tiempos buenos. Desde hace más de cuatro décadas, sin embargo, esto empezó a cambiar. El gasto deficitario se hace ahora en tiempos buenos y malos.

Entre 1790 y 1970, por ejemplo, experimentó superávits fiscales en todos los años, menos en tiempos de guerra o durante la Gran Depresión. Desde 1970 ha registrado un déficit fiscal significativo todos los años, menos en cuatro, bajo el gobierno de Bill Clinton.

Siguiendo este patrón, la deuda pública de los países más avanzados se ha disparado. Esta representó el 21% del PBI de tales países en 1970, el 30% en 1980, casi el 120% antes de la pandemia, y todavía más después. Desde 1980, más de tres cuartos de la deuda de Estados Unidos se ha acumulado en tiempos en los que no hubo recesión.

El estímulo económico de los gobiernos y bancos centrales de los países más ricos también creció. Aumentó del “1% de [su] PBI en las recesiones de principios de los 80 y 90, a casi el 3% en el 2001, a más del 12% en el 2008 y al 35% en el 2020″.

Cuando se inyecta tanto dinero fácil a una economía –lo que incluye rescates financieros a industrias enteras y empresas fracasadas– cae la eficiencia económica. Las recuperaciones de las recesiones ahora demoran mucho más tiempo. Gente pudiente que no necesita apoyo recibe generosos cheques del Estado. Los incentivos cambian y los inversionistas y las empresas se vuelven menos cuidadosos al saber que el dinero fácil los salvará.

De hecho, el dinero fácil da vida a las ‘empresas zombis’, aquellas que, de otra manera, no podrían ni pagar el interés de su deuda. Así, el Estado mata la “destrucción creativa” mediante la cual las mejores empresas sobreviven en el mercado y las que no pueden competir cierran. Sharma documenta un aumento notable de ‘empresas zombis’ en las economías avanzadas durante las últimas dos décadas y explica cómo estas afectan negativamente a empresas sanas y reducen la productividad en toda la economía.

El hecho de que el Estado haya crecido notablemente de esta manera durante más de cuatro décadas bajo ambos partidos en EE.UU. ha beneficiado especialmente a la gente más pudiente, según Sharma. Ha expandido el sector financiero y quienes se quedan trabajando en la economía menos productiva se desilusionan con el supuesto sistema capitalista.

Nada de esto es sostenible y puede terminar en una enorme crisis, algo que el liderazgo político de ningún país rico entiende.




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Ian Vásquez Instituto Cato