"El mensaje de Fiestas Patrias y la composición del Gabinete han sido, en efecto, la confirmación de que el proyecto chavista que tantos vislumbrábamos en el horizonte está en marcha" (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
"El mensaje de Fiestas Patrias y la composición del Gabinete han sido, en efecto, la confirmación de que el proyecto chavista que tantos vislumbrábamos en el horizonte está en marcha" (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Mario Ghibellini

Semanas atrás advertimos en esta pequeña columna que lo que nos esperaba a los peruanos con el gobierno de no era una administración socialdemócrata o sesgada hacia la izquierda, sino el intento de implantar en el país un régimen a la venezolana. Alimentaban esa convicción la ostentación de poder que ya desde ese momento estaba haciendo y las cosas que el candidato ganador había dicho durante la campaña sobre distintas medidas que supondrían un atentado contra el orden constitucional y la economía libre. Muchas otras voces de alarma, por supuesto, se dejaron escuchar por esos días y todas apuntaban en el mismo sentido.

Por ingenuos o taimados (cada quien escogerá el atributo que mejor le acomode), los compañeros de viaje y polizontes de la aventura política encabezada por el ahora presidente prefirieron hacer, sin embargo, como que todo ello no existiera y modular discursos tranquilizadores con una sonrisa desdeñosa en la boca: las destemplanzas de Cerrón eran, supuestamente, la mejor demostración de que el hombre había sido contenido en sus afanes de controlar el futuro gobierno y las cosas dichas por Castillo en sus mítines había que tomarlas como una calentura de plaza y nada más. La democracia estaba asegurada y el manejo prudente de la economía, también.

Pues bien, a todos ellos la porfiada realidad les acaba de dispensar esta semana un sonoro sopapo.

–Triste, solitario y final–

El mensaje de Fiestas Patrias y la composición del Gabinete han sido, en efecto, la confirmación de que el proyecto chavista que tantos vislumbrábamos en el horizonte está en marcha.

En la soflama del 28 de julio, el nuevo jefe de Estado nos ha comunicado que su intento de imponer una asamblea constituyente va en serio. Y eso, como se sabe, va a contrapelo de lo que establece la Carta Magna actual sobre los caminos para producir cambios en ella. Ha dicho él que el Ejecutivo presentará al Congreso una iniciativa de modificación del artículo 206 de la Constitución para abrir primero una vía legal de acceso a la figura de sus desvelos, pero ha callado sobre la forma en que envolverá esa iniciativa. Y la posibilidad de que la presente junto con una cuestión de confianza es enorme.

Ha adelantado, además, que buscaría que la asamblea tuviera garantizados cupos para representantes de determinados pueblos originarios y gremios: una manera de asegurarse una mayoría que no dependería del resultado de la competencia entre partidos.

No menos elocuentes sobre sus intenciones han sido, por otra parte, los anuncios de entregas de créditos “a tasas preferenciales” a diestra y siniestra, así como los de la inclusión de las rondas campesinas en el sistema nacional de seguridad ciudadana, pues con lo primero daría inicio a una operación de ‘clientelaje’ político y con lo segundo, a la conformación de escuadrones armados (“dotados de logística” ha sido el eufemismo utilizado en el discurso) para hostilizar a los opositores al régimen.

Por si ello no fuera suficiente, al día siguiente, el profesor Castillo resolvió redondear el mensaje presentándonos los resultados de un ‘casting’ de escalofrío para su primer Gabinete, en el que la mano de Cerrón asoma por todos lados. No solo colocó en la presidencia del Consejo de Ministros al congresista Guido Bellido, un personaje que le rindió homenaje a la terrorista Edith Lagos y que consideró que los senderistas fueron apenas “peruanos que equivocadamente tomaron un camino”, sino también, en la Cancillería, a un individuo que en el pasado se alzó en armas contra un gobierno democrático y cuyas simpatías por Fidel Castro compiten con las del propio primer ministro. La imagen que mejor graficó lo que significaba la selección que había hecho el flamante mandatario al constituir su equipo ministerial de estreno con esos perfiles fue la del economista abandonando –triste, solitario y final– el local del Gran Teatro Nacional donde juraron el cargo todos los aspirantes a fajín que sí estuvieron dispuestos a pasar por el aro del cerronismo.

–Bellido y su combo–

Seamos claros: la política económica que se podía anticipar a partir de las declaraciones de Francke cuando parecía bolo fijo en el MEF era también como para salir corriendo con zapatos de clavos, pero por lo menos estaba asociada a una persona comprometida con el orden democrático y sobre la que no cabía maliciar una disposición tolerante hacia la corrupción. No es descabellado, en consecuencia, asumir que esas virtudes se alejaron del entorno presidencial junto con él (salvo que, como quieren algunos rumores, termine aceptando, en cuyo caso el que se habría alejado de tales virtudes sería él).

Lo más grave de todo, no obstante, es la intención que tan mal esconde este deplorable Gabinete. Se trata, sin duda, de una provocación a la representación nacional, compuesta en su mayoría por parlamentarios que rechazan la idea de la asamblea constituyente, para que les niegue el voto de confianza a Bellido y su combo cuando comparezcan frente a ella. Es decir, para que se ponga a un paso de la disolución y, en esa medida, del cumplimiento de los sueños más afiebrados de Castillo y su dinámico auspiciador.

Este Gabinete sin cabeza, a decir verdad, es tan precario que con seguridad hará leyenda. Y por último, lo que pone en evidencia es que al pomposamente denominado “presidente del bicentenario” no le interesa en realidad gobernar, sino simplemente avasallar las instituciones de la democracia que tanto nos costó establecer en este país de confundidas gentes. No se lo permitamos.

Contenido sugerido

Contenido GEC