"Desde el 7 de junio necesitaremos gesta colectiva descomunal para reconciliarnos y evitar que estemos cada vez más lejos".
"Desde el 7 de junio necesitaremos gesta colectiva descomunal para reconciliarnos y evitar que estemos cada vez más lejos".
Gonzalo Banda

y se acercan en la intención de voto, pero, salvo eso, sus hinchas cada vez están más lejos. Nuestras élites han claudicado al examen crítico de las dos candidaturas. Hicieron surgir tempranamente el maniqueísmo en esta campaña: o estás conmigo o contra mí. Y sus fanáticos en esta segunda vuelta han asumido ya el control de la campaña en las últimas semanas. Están devotamente atrincherados y “encerrados en la subjetividad de su propia experiencia singular, que no deja de ser singular si la experiencia se multiplica innumerables veces”, como diría Hannah Arendt. Parecieran creer que no habrá un país que sanar después del 6 de junio. Ellos sí creen en eso de Lenin de “salvo el poder, todo es ilusión”.

En el camino no han dudado en derruir y politizar cada espacio de sentido de unidad nacional. Hasta los jugadores de fútbol de la selección, que eran en su momento, de los pocos motivos que nos invitaban a la unidad en medio de la tormenta, se han visto arrastrados por el huracán de la segunda vuelta. Lo que no suma, resta, espetan. Y si no te sometes a esta dictadura de la moral colectiva, una miríada de clandestinos anónimos se encarga de recordarte que puedes estar siendo el cómplice mojigato que permitió el ascenso del autoritarismo fujimorista o del totalitarismo comunista.

Y en medio de esta guerra de trincheras, estamos llegando a niveles de degradación vergonzosos. En , un grupo de simpatizantes de Keiko Fujimori fue agredido en un acto repudiable, en las vísperas del debate presidencial, mientras ambas campañas hacían caso omiso a la inmovilización social decretada ante el avance de la pandemia al pie del Misti. Se organizaron para marchar y trasladarse en caravanas y los más de cinco mil efectivos policiales desplazados a la zona fueron incapaces de impedir estas concentraciones. Como ha sucedido en esta campaña, hemos sido incapaces de contenerlos.

Empieza a cundir el pánico. Se prometen bonos si es que una candidata sale elegida. En Arequipa, una empresa anunciaba que ha decidido congelar sus inversiones textiles ante el panorama político. Aparece misteriosamente una página web que te calcula cuánto recibirás del canon minero. El candidato Castillo vuelve a las andadas y se le escapa la afirmación de que los feminicidios son ocasionados por la ociosidad, y sigue sin entregarnos propuestas viables, navegando en un mar de generalidades que solo “el pueblo” sabrá cómo resolver. Mientras Keiko Fujimori firma un nuevo juramento más por la democracia en Arequipa. Uno más. Pero esta vez con Mario Vargas Llosa como testigo, en una casona colonial llamada “La Mansión del Fundador”, en un acto que tuvo como intención mostrar su arrepentimiento, pero que le deja una estampa muy virreinal, lejana a las convocatorias democráticas que marcaron los hitos históricos más memorables de esta ciudad. Si algo caracterizó a aquellas gestas republicanas arequipeñas, fue la diversidad de clases sociales que entonaban las proclamas de todo el pueblo reunido, desde sus aristócratas hasta sus plebeyos, diversidad que no vimos en la foto de los testigos del juramento Keiko Fujimori en Arequipa.

Cerca del fin de la campaña, quizá lo que más nos debe preocupar es que comienzan a crecer infundadamente cánticos irresponsables de fraude. Si con un resultado electoral tan ajustado se intenta atacar al árbitro sin ninguna evidencia, más que la de la sospecha infundada, estaremos muy cerca del desborde social, al que nos arrastrarán sin ningún empacho muchos políticos que ya en el pasado no tuvieron ningún reparo en preferir la defensa de sus feudos antes que el bien común.

Ojalá si algo pueda perdurar de esta campaña, que deja todas nuestras miserias expuestas, donde tirios y troyanos se han atacado vilmente sin distinguir que somos peruanos, sea el revivido interés por conocer las aspiraciones de grandes mayorías olvidadas de las regiones más ninguneadas de nuestra patria. A ellos solo los visitan en campaña y desde hace muchos años ya no piden, sino que gritan, ser incorporados en la promesa de la vida peruana. Las escenas multitudinarias que bajan desde las explanadas de Sicuani o desde los cerros de Juliaca no deben dejarnos indiferentes. Esa tempestad en los Andes no merece más un minuto de indiferencia gane quien gane. Hagámonos cargo sin excusas. Siempre se los acusa de rebeldes ignorantes y enemigos del desarrollo económico de la patria desde una mirada angosta que es precisamente la que nos ha conducido a esta evidente fractura electoral y territorial. Mirada incapaz de reconocer que tal vez se está gestando una visión alternativa a la que hemos venido predicando y defendiendo con fervor. Como fuere, desde el 7 de junio necesitaremos gesta colectiva descomunal para reconciliarnos y evitar que estemos cada vez más lejos.

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