Pocos presidentes peruanos han sido tan controvertidos como Manuel Pardo. Junto con Ramón Castilla, Juan Velasco y Alberto Fujimori, es una figura habitual en los rankings de mejores (o peores) presidentes de nuestra bicentenaria república. Este 2 de agosto se cumplieron 150 años del inicio de su gobierno, en 1872, que concitó enorme expectativa. Era el primer civil en llegar a la presidencia, después de una docena de militares cuya legitimidad provenía de haber peleado en Ayacucho. Pero lo distinguían más cosas aparte de su traje negro.
Pardo fue un ejemplo afortunado de la lotería del nacimiento. Blanco, limeño, rico y culto, tenía todas las cartas para destacar. Su abuelo fue un abogado español que llegó al Perú como oídor de la Audiencia de Lima y que, más tarde, como regente de la del Cuzco, hubo de enfrentar la revolución por la independencia de los hermanos Angulo y Pumacahua. Su padre fue el escritor Felipe Pardo y Aliaga, ministro de Estado de varios gobiernos de la época del caudillismo. Gozó de una educación exquisita, que incluyó los estudios superiores en Europa, como correspondía a los jóvenes de su clase. Tuvo el mérito de sacar provecho de las posibilidades que le abrieron sus antecedentes y relaciones familiares, que incluyeron insertarse en el rubro más suculento de la economía de la época, como era el negocio del guano. Su emparejamiento matrimonial con la familia guanera de los Barreda consolidó su fortuna material. Quizás la comezón de la política le vino por las circunstancias que el país enfrentó en la convulsionada década de 1860, entre las que estuvo la concesión del monopolio del guano a la firma francesa Dreyfus, desalojando del negocio a los consignatarios peruanos.
En la campaña que lo llevó a la presidencia, sus opositores lo acusaron de plutócrata, masón (epíteto que recibían en la época los liberales en materia religiosa) y proclive a favorecer a su argolla social. Pero todos reconocían su alta calidad intelectual. Fue el primer presidente de quien se conocieron sesudos y vibrantes escritos en los que abordó temas cruciales para el país, como la cuestión vial y la inmigración. El escritor y empresario Pedro Dávalos y Lissón lo describió como “un fascinador” que conseguía hacer de la voluntad de los hombres lo que quería. Era imposible escucharlo sin estar de acuerdo con él y no había forma de dejar de revelarle un secreto.
Pero sus rivales políticos no estaban tan entusiasmados, puesto que, en su campaña, Pardo había prometido tanto cosas que a todos animaban, como extender los ferrocarriles y poner el Estado al servicio de la industria y el trabajo, como asuntos que atemorizaban a muchos, como la creación de una guardia nacional (que preocupó a los militares) y la tolerancia hacia los cultos religiosos distintos al catolicismo. Las resistencias a su toma del poder se pusieron de manifiesto en la rebelión de los hermanos Gutiérrez, coroneles del ejército, que desembocó en las jornadas más sangrientas de fiestas patrias de nuestra historia. Los Gutiérrez murieron masacrados por la multitud y sus cadáveres se exhibieron colgados de las torres de la Catedral, en una escena que parecía traída de otros siglos.
¿Qué resultado tuvo el primer gobierno civil de nuestra historia, que además se había presentado con un ideario liberal en materia política, económica y cultural? Cabe señalar algunos logros, como la descentralización del poder, reconociendo cierta autonomía política y fiscal a los gobiernos municipales y consejos departamentales; la apertura del registro civil (de los nacimientos, matrimonios y defunciones), que hasta el momento había estado controlado solo por la iglesia católica; la inauguración del hospital Dos de Mayo (el primer hospital moderno del país), la Escuela de Ingenieros (hoy la UNI) y la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas en la Universidad de San Marcos, en la que se iniciaron los estudios de economía y ciencias sociales. Otros logros importantes fueron la realización del primer censo nacional de población, el tendido de 800 kilómetros de ferrocarriles y la colonización del valle de Chanchamayo.
Sin embargo, su gran fallo fue haber intentado resolver la crisis fiscal que le tocó enfrentar a raíz de la debacle del guano, mediante la estatización del salitre. Como antes él había predicado que el Estado no debía depender para su gasto ordinario de las rentas del guano, sino de impuestos pagados por la población a partir de sus ganancias en la industria y el comercio, reemplazar las entradas del guano por un recurso similar, mediante un modelo económico idéntico, como era el del estanco, resultó una traición a los principios del liberalismo y a su propio mensaje. Fuerte debate ha habido entre los historiadores en torno a dicha medida, que fue la antesala de la guerra con Chile (de hecho, otra acción de su gobierno fue el Tratado de Alianza con Bolivia). ¿Abrigaba algún proyecto de nacionalismo económico? ¿Fue una maniobra para que su argolla social pudiera resarcirse de la pérdida del negocio del guano? A un siglo y medio de los hechos, la discusión sigue abierta.