Gonzalo Ramírez de la Torre

Después de más de dos años y más de 80 columnas, me toca despedirme de este espacio. Pero antes, quiero insistir en algunos de los principios que siempre busqué defender desde esta tribuna.

No hay democracia sin libre: Como han demostrado los últimos años, con los medios de comunicación liderando la exposición de cientos de casos de corrupción, la importancia de la libertad de prensa es innegable. Y también lo es la intención de algunas autoridades por ponerle límites a su trabajo, como con la reciente ‘ley mordaza’ planteada en el Congreso, y desacreditarla, como trató de hacer el régimen castillista desde el primer día. La defensa de la libertad de expresión y de los debe ser constante, justamente para mantener en línea a los que le temen al escrutinio y amenazan la democracia.

“Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el individuo es soberano”: Así lo pone John Stuart Mill y el concepto tiene que mantenerse vigente. La libertad de cada uno termina donde empieza la del otro, pero hasta que eso ocurra, la independencia del individuo de cualquier fuerza coercitiva debe ser total. Nadie sabe mejor que uno mismo lo que más le beneficia y quienes asumen lo contrario son fatalmente arrogantes.

La soberanía de los individuos tiene que ser protegida de la tiranía de las mayorías y las condiciones tienen que estar dadas para que cada ciudadano se desarrolle sin ataduras morales, económicas ni sociales, siempre que respete el ejercicio de la libertad de su prójimo.

“No hay lonche gratis”: El oxígeno del Estado es el dinero que le inyectamos los ciudadanos con nuestro trabajo, con nuestros impuestos. El sector público no gasta su plata, gasta tú plata. Y en el Perú, como hemos visto, muchas veces la roba y la reparte entre sus compadres. Además, la mejor manera de reducir la pobreza y las desigualdades no es el despilfarro del Estado, sino la inversión y la libre iniciativa privada para generar trabajo.

Desconfía y acertarás: Es nuestro deber como ciudadanos ser escépticos de las intenciones de los que tienen el poder. Ninguna medida que ensanche el poder del Estado es positiva. Más bien, sacar las garras de nuestros políticos de nuestro día a día debería ser el principal objetivo de nuestra sociedad. Ninguna medida que vaya en contra de esto –a través de normas intervencionistas, por ejemplo– debe ser tolerada, precisamente porque las impulsan los que, al final, se terminarán beneficiando de ellas.

En esa misma línea, pobre del ciudadano que se coma los cuentos de hadas de quienes aspiran al poder. Las tres lecciones más importantes en ese sentido están sentadas en el penal de Barbadillo.

Elogio del modelo: El modelo económico consagrado en la Constitución Política del Perú ha traído al país el desarrollo con el que los planes económicos de la izquierda solo pueden soñar. En sacarle provecho pleno a este modelo está la clave para nuestra recuperación económica y para volver a disminuir las cifras de pobreza.

Dicho todo esto, más que adiós, toca decir gracias. Gracias a los que me han leído con frecuencia todo este tiempo, a todos con los que conversé y debatí sobre el contenido de estos artículos y, también, a todos los críticos –a los ásperos, a los agudos e incluso a los vulgares– que nunca faltaron y siempre se hicieron notar.

Pero más que nada quiero agradecer al equipo de la sección de Opinión de El Comercio, bajo el liderazgo del gran Andre Villacorta (Mauricio Chereque, Antonella Chichizola y Maria Paula Regalado), por sus comentarios inteligentes, correcciones precisas y apoyo constante todo este tiempo. Y, por supuesto, a Aurelio Arévalo Miró Quesada, que me dio la oportunidad y la confianza de ocupar este espacio y cumplir un sueño. Gracias.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.




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