Omar Awapara

Una de las que he comentado antes por acá es la propuesta de adoptar distritos uninominales, donde se elija solo un representante en circunscripciones más pequeñas, y no varios en circunscripciones grandes, como ahora. Por ejemplo, no tener 33 congresistas por Lima, sino dividir ese mismo espacio en 33 pedazos y hacer que solo el candidato más votado en cada uno de ellos sea el que alcance una curul.

He expresado mi escepticismo respecto al presunto efecto reductor en el sistema de que dicha propuesta traería, pero sí creo que podría mejorar la calidad de la representación política, aunque dos hechos recientes nos obliguen a pensar bien sobre los efectos que una reforma de esa magnitud puede tener una vez implantada en nuestra realidad.

El primero ha sido un pronunciamiento, hace un mes, de más de 200 cientistas políticos norteamericanos que firmaron una petición para abandonar el sistema uninominal, que se ha usado en Estados Unidos por más de dos siglos, para pasar a un sistema de representación proporcional, como el que usamos nosotros. “Queda claro”, dicen, “que nuestro sistema basado en el ‘ganador se lleva todo’ está fundamentalmente roto”.

Los firmantes incluyen nombres como Francis Fukuyama, Robert Axelrod, Robert Keohane, Margaret Levi (que están entre los 9 de los 18 ganadores del Johan Skytte Prize, una suerte de Premio Nobel en Ciencias Políticas, vivos que suscriben) y acusan al sistema uninominal de dividir y polarizar a la sociedad, al tiempo que destacan la moderación del sistema proporcional.

Una de las justificaciones más poderosas para adoptar distritos uninominales por estos lares fue el caso comparado y la supuesta relación con el sistema bipartidista presente en Gran Bretaña y Estados Unidos como ejemplo del efecto reductor de esta medida. Ahora habría que incorporar al análisis la posibilidad de que el sistema no solo no provoque la concentración esperada, sino que la polarización que ya se viene manifestando en la política local se magnifique al adoptarlo.

También hay que pensar en el contexto local, o el huésped que recibe el trasplante, que más que estar formado por partidos políticos, está habitado por vehículos electorales, como destacaba Fernando Tuesta ayer por acá. Basta con ver el resultado de los últimos comicios (Congreso Extraordinario 2020, Generales 2021, Regionales y Municipales 2022), que reflejan una profunda fragmentación y atomización a lo largo y ancho del país.

Que es necesario armar este rompecabezas, no queda duda. Que la solución sea una reforma política sobre la base de distritos uninominales (es cierto, entre otras cosas) que reduzca el número de partidos, no está tan claro. Algo que ha evitado una proliferación de partidos en el Congreso ha sido la valla electoral. En las elecciones congresales del 2020, por ejemplo, un partido como Democracia Directa ganó en casi 100 distritos del país, pero no alcanzó curules.

No veo cómo podríamos llegar al bipartidismo por este camino, siguiendo el modelo británico o estadounidense. Lo que vemos últimamente, de forma dramática, es que el partido más votado en San Isidro no es el más votado en San Juan de Lurigancho, y tampoco lo es en San Marcos (Áncash).

Un problema de la perspectiva institucionalista es que no hay reforma política que haya creado partidos fuertes, o que estos hayan resultado de determinadas reglas electorales. Los que han surgido, en realidad, lo han hecho del calor del conflicto de transformaciones sociales. Hay ajustes que hacer a nuestro disfuncional marco institucional, pero siempre sin olvidar las características de nuestro sistema.

Omar Awapara es director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC

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