Estoy de vacaciones en Estados Unidos. He alquilado un carro para moverme con mi familia. Nunca deja de sorprenderme el orden del tráfico y la manera correcta como se maneja aquí. Las reglas se respetan. Cuesta ver una infracción de tránsito. En el Perú es casi imposible mirar la calle y no ver una (sino varias) delante nuestro.
Los choferes te ceden el paso o se turnan ordenadamente el pase en una intersección sin pretender todos ganar el paso al mismo tiempo. Y si eres un peatón eres el rey de la pista: te respetan por sobre todas las cosas.
Incluso hay reglas como aquella que te permite doblar a la derecha con precaución cuando el semáforo en la intersección está en rojo. No quiero ni imaginar cómo dicha regla sería interpretada por una combi.
Como estoy en una zona turística hay muchos extranjeros conduciendo. Me ha pasado que luego de ver una maniobra latinizante me digo: “Seguro que es latino”, para descubrir instantes después que estaba en lo cierto.
El otro día, mientras buscaba estacionamiento en un centro comercial, me detuve para ocupar el lugar de alguien que estaba saliendo, marcando mi intención de estacionarme con la luz direccional. De pronto (como típicamente te podría ocurrir en el Jockey Plaza) un latino me cruzó y me ganó, generando además un riesgo de accidente conmigo y con otros vehículos que estaban circulando.
Cuando me disponía a retirarme rumiando mi muy mal humor, a ir a buscar otro lugar, un vigilante del mismo centro comercial (lo que llamaríamos un guachimán), también latino, se acercó al vehículo del infractor pero lo agarró a gritos. En solo unos segundos el razudo dio marcha atrás y me dejó el lugar libre.
Sin embargo, la regla general es otra. Los latinos llegan aquí y manejan como gringos. Pero no aprenden. Porque regresan a su país y manejan como latinos.
¿Qué hace que el cruzar una frontera cambie sustancialmente nuestra forma de conducir el automóvil?
La respuesta está en el marco institucional. Las instituciones son las reglas de juego. Son esas reglas las que determinan buena parte de la manera cómo nos comportamos. Las instituciones no se conforman con tener solamente leyes formales. Se requiere que exista un mecanismo que las hagan cumplir (‘enforcement’) y, sobre todo, reglas informales, definidas por usos y costumbres por todos aceptados.
Cuando nos movemos de un país a otro existen instituciones distintas que cambian la forma como nos comportamos casi de manera automática. La relación costo-beneficio con la que decidimos actuar se altera. Usualmente las instituciones definen si las personas soportarán los costos de sus actos y, a su vez, se apropiarán de sus beneficios.
Cuando usted causa un accidente con su vehículo les genera un costo a las víctimas. Los economistas lo llaman externalidades; es decir, externalizan el costo de nuestros actos. Si usted destruye un vehículo ajeno o mata a dieciocho personas en Estados Unidos sabe que su patrimonio será embargado; es decir, sabe que la externalidad le será internalizada. Si hace lo mismo en el Perú, lo más probable es que no pase nada o, si tiene mala suerte, reciba una condena luego de cinco o seis años de juicio, para pagar 5.000 soles por la muerte de un niño.
El problema de las externalidades es que generan una discrepancia entre el costo privado de una actividad y el costo social de esa misma actividad. Si las instituciones, entendidas como reglas de juego, permiten internalizar el costo, las víctimas estarían subsidiando la actividad del causante, pues genera un costo que no paga. Con ello habrá demasiada actividad; es decir, demasiada gente conduciendo mal.
Cuando usted maneja en Estados Unidos sabe que asumirá costos que no asumirá en el Perú. Un juicio va en serio y la consecuencia será que pagará por lo que causó. Las externalidades serán internalizadas y manejar mal dejará de ser un buen negocio. El resultado es que la gente maneja distinto, incluyendo los latinos acostumbrados a vivir en un mundo en el que las externalidades campean por doquier.
Y es que hay reformas institucionales que son indispensables. Un Poder Judicial que internalice las externalidades es central para la conducta no solo de los conductores de vehículos, sino de los proveedores de bienes y servicios y, aunque usted no lo crea, hasta de los políticos.