La princesa más popular y empática del Reino Unido ha sido secuestrada. La realeza y el pueblo británico están en ‘shock’. Para sorpresa de todos, los raptores no han pedido como rescate una cifra millonaria ni que se libere a un grupo de terroristas presos. El pedido para liberar a la princesa (que se ha publicado en You Tube) es absolutamente inusual: el primer ministro tiene que aparecer en todos los canales de televisión teniendo sexo con un cerdo.
Esa es la trama del capítulo inicial de la serie “Black Mirror” (“Espejo negro”) de Netflix. No les voy a contar el desenlace. Solo les recomiendo verla si quieren entender la política y, en particular, la política peruana.
La ficción nos permite ver reflejada en la pantalla a los políticos como son en realidad. El cálculo de lo que debe hacer el primer ministro (acceder a ser parte de un espectáculo bochornoso o mantener su dignidad) no gira realmente en torno a salvar la princesa ni a proteger su propia privacidad. Tampoco en el impacto que tendrá en su vida familiar y personal ni en la necesidad de dejar establecido que el Estado no debe negociar con extorsionadores o con terroristas. La moral o el interés nacional no son componentes en la discusión.
La discusión entre el primer ministro y sus asesores es meramente política, en su sentido más banal y mezquino. Todo tiene que ver con la popularidad del gobernante. El ridículo y el bochorno se justificarán solo si salvan su alicaída popularidad, y deben ser evitados si afectan esa misma popularidad. Los giros de la historia muestran que el único daño relevante es al éxito político.
En el 2016, en el Perú, hemos sido testigos de varios incidentes de (perdón por el eufemismo) “hacerle el amor a un cerdo”. Alianzas electorales inverosímiles solo con el afán de sobrevivir políticamente. Obtención de cargos como funcionaria internacional para evadir enfrentar a la justicia. Censurar a un ministro no porque sea censurable, sino porque en política “hay que enseñar el músculo”. Gestos de “poner la mano al fuego” por la honorabilidad de otros aprovechando que el término, para suerte de quien lo pronunció, es solo una metáfora.
Y es que la política es como la ficción, un mundo en el que lo que importa es lo que se ve y no lo que pasa en la realidad. Es un mundo de gestos, de frases hechas, de incidentes irrelevantes colocados delante de lo relevante. Es un mundo falso, un baile de máscaras en el que los hechos no significan lo que se dice que significan ni los principios que se anuncian son los que justifican las decisiones. Y es que como dijo el escritor mexicano Carlos Fuentes, “la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos”.
Ayer se publicaron en este Diario los resultados de una encuesta de Ipsos sobre los personajes del 2016, tanto en términos positivos como en términos negativos, y esta refleja lo que los peruanos pensamos de esa política.
En los personajes positivos, de los diez primeros puestos el 50% no son políticos: dos futbolistas (Paolo Guerrero y Christian Cueva), un escritor (Mario Vargas Llosa), una atleta (Gladys Tejeda) y un cantante (Juan Diego Flórez). Y de los cinco que quedan, llama la atención un perfil distinto. No queda claro si Salvador del Solar está por ser ministro o por ser director y actor (más probablemente sea por las dos últimas cosas). Solo hay un presidente (PPK), que lo ha sido por menos de seis meses. Está además el alcalde de Lima, Keiko Fujimori y Verónika Mendoza. Estas dos últimas aparecen también ubicadas en puestos similares en los personajes negativos.
Pero en la lista negativa todos (menos uno, Manuel Burga) son políticos. Figuran los últimos cuatro presidentes (dos de ellos, Ollanta Humala y Alan García en “meritorios” segundo y tercer lugares). Y la encabeza la que fue en realidad la presidenta: Nadine Heredia.
Cuanto más se ejerce el poder, más negativa termina siendo la percepción que tenemos de estas personas. Los políticos no solo suenan falsos. Suelen serlo. Y es que “hacerle el amor a un cerdo” no parece ser un problema para ellos.