El valle de las muñecas, por Nora Sugobono
El valle de las muñecas, por Nora Sugobono
Nora Sugobono

No recuerdo una sola ocasión en la que mi ahijada Josefina (11) me haya pedido que le regale una muñeca. A lo largo de los años ha recibido un uniforme del Real Madrid, un edredón de Angry Birds y, más recientemente, un libro sobre récords y hazañas. Tampoco logro imaginar a mi hermana menor, María Grazia (16), jugando con alguna de las princesas que adornaban sus estantes de pequeña. La he visto divertirse, por supuesto, pero nunca junto a Cenicienta. Con mucho placer, confirmo con ellas que el estereotipo femenino alrededor de los juguetes quedó –al menos para una parte de esta joven generación de mujeres– guardado en un cajón junto a los cuentos sobre el príncipe azul y los zapatos de charol.

Aquel no fue mi caso. Mi infancia bien podría catalogarse como un rosado período de Cicciobellos, un par de zapatos de charol cada julio y la figura de una reina de piernas flacas que se convirtió en el objeto de todos mis afectos desde los tres hasta los diez años: . (Nota al lector: eran los noventa). El reciente anuncio de Mattel con el que presenta al mercado tres ‘nuevos’ tipos de cuerpo –alta, baja y curvilínea, además de ampliar tonos de piel y cabello– ha alimentado posteos y artículos por todo el globo, incluida la portada de la revista “Time”. Esto ocurre después de 57 años y de incontables campañas, sociales y artísticas, para desmitificar sus proporciones fantasiosas (“si Barbie fuese una mujer real, tendría que llevar sus riñones en la cartera”, dijo alguna vez la autora estadounidense Lani Diane Rich) y acercarlas a una versión más aterrizada. Ocurre también porque del 2012 al 2015 las ventas de la famosa muñeca cayeron en más de un 20%.

Todavía no logro decidir si Barbie me gustaba por lo que representaba –el prototipo de belleza californiana: gran melena rubia, piel saludablemente tostada, sonrisa perpetua–, por el fucsia vibrante de sus tacos o porque todas la tenían. Lo que sé con certeza es que a mis treinta años la recuerdo con cariño. Posiblemente sea así porque fue jugando con ella que tuve mis primeras nociones sobre los prejuicios y expectativas alrededor del cuerpo femenino. Barbie tenía brazos, pies y cintura diminutos; su vagina venía convenientemente sellada en plástico; no había carne entre sus muslos ni pezones en sus pechos. Cualquier niña que hubiese visto a su madre desnuda sabía que eso no podía ser real ni un ideal al cual aspirar. ¿Por qué entonces seguimos considerándola un referente? Pienso que es porque, a su manera, ella nos recuerda todo aquello que no queremos ser una vez que aprendemos a disfrutar de nosotros mismos en nuestra versión más auténtica.

Que las niñas sepan separar el mito de la realidad dependerá de la guía en casa y las herramientas que se les proporcionen. ¿Y los niños y las figuras de acción? Ciertamente no querría que ningún hijo mío crezca pensando que los hombres más valientes son aquellos que poseen los músculos más inflados. En el mundo de los juguetes, no todo es juego.

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