Hace una semana mi buen amigo Ian Vásquez se refirió en su columna en esta página (justo debajo de la mía) a la militarización de la policía en EE.UU. Comentaba cómo es cada vez más común (como acaba de ocurrir recientemente en Ferguson a raíz de la muerte de un joven afroamericano) ver a civiles enfrentados contra vehículos armados de guerra y policías vestidos de camuflaje en plena ciudad usando tácticas militares para reprimir al público
Ian citaba en su artículo el trabajo de Radley Balko, un investigador que ha documentado los excesos de las fuerzas policiales de EE.UU. actuando bajo una mentalidad militar que ve a los ciudadanos más como enemigos que como personas a ser protegidas. Balko recopila información del uso exagerado e innecesario de escuadrones SWAT (supuestamente reservados para emergencias contra delitos de alta peligrosidad como secuestros o captura de asesinos en serie) para perseguir a menores de edad bebiendo alcohol o a personas jugando póker ilegalmente. En su camino, estos escuadrones han matado a inocentes –incluyendo ancianos, niños y bebes–, han destruido la propiedad privada y han violado derechos civiles básicos de las personas.
Sin embargo, el trabajo de Balko llamó muy poco la atención de la opinión pública y no despertó mayor interés… hasta que decidió incluir en sus investigaciones los abusos de la policía contra… los perros.
Aparentemente, dentro de las tácticas tomadas de los militares, estos escuadrones, al hacer una intervención, suelen disparar a los perros que encuentran en el local que allanan, quizás para evitar que delaten su presencia o ser atacados por los pobres animales.
Las nuevas revelaciones de Balko causaron estupor y reacciones de todo tipo, mucho mayores que las de los organismos de protección de los derechos humanos por los atentados contra las personas.
Como comenta el propio Balko en un artículo publicado hace unos años: “Un colega me comentó que cuando él y otros liberales hablaron sobre el operativo en 1993 en el complejo de la Rama Davidiana en Waco, muchas personas pusieron en duda que el gobierno se hubiera excedido de sus límites cuando invadió, demolió y prendió fuego a una casa de gente pacífica y, en su mayoría, inocentes. Pero cuando el orador menciona que el gobierno también masacró a dos perros durante el ataque, los ojos de los asistentes se salen de sus órbitas, los indiferentes se indignan, y los escépticos se interesan. El cachorricidio es ir demasiado lejos”.
¿Por qué uno recibe en las redes sociales más solicitudes de apoyo para salvar a animales que para evitar los abusos de los derechos de las personas? ¿Qué hay en la naturaleza humana que hace que nos preocupemos más por la experimentación de medicinas en animales o evitar las corridas de toros que en evitar la prostitución de menores o la desnutrición infantil?
Es difícil saberlo. Parece que la frase “el perro es el mejor amigo del hombre” nunca fue más cierta. El mejor amigo de un ser humano no parece ser otro ser humano. Nos preocupa más la vida de perros de los perros que la vida de perros de las personas.
Parafraseando el mismo artículo de Balko, se puede dar un buen consejo para aquellos que quieran oponerse a los excesos de la militarización de la policía y sus violaciones de derechos fundamentales: lo mejor es poner énfasis antes que en las personas en la difícil situación de los perros. Parece que la población no está preparada para condenar que escuadrones armados hasta los dientes revienten a golpes a un muchacho que fuma marihuana, incluso cuando un equipo SWAT allana periódicamente la casa equivocada o accidentalmente le dispara a un niño. Finalmente, alguien estaba posiblemente violando la ley, ¿no? ¿Pero el perro? ¿Ese ser peludo que babea sobre su dueño? ¿Esa bolsa de pelos con ojos juguetones que destila amor incondicional? No. Eso sí que no. Él merece algo mejor.