Hace algunos días, se aprobó en la Comisión de Transportes y Comunicaciones del Congreso el predictamen de un proyecto de ley que busca flexibilizar y promover el cabotaje. Este tipo de transporte marítimo –que se refiere al transporte de mercancías entre un puerto y otro dentro del país– sufre desde hace varios años absurdas restricciones que perjudican gravemente el comercio e impiden que nuestras aguas sean utilizadas como una “carretera” natural, teniendo que recurrir a alternativas mucho más costosas.
En efecto, a la fecha existe una restricción legal que impide que empresas extranjeras se dediquen a transportar mercancías entre nuestros puertos y que empresas peruanas alquilen buques extranjeros con ese fin, salvo por seis meses no renovables. Seis meses, que, por supuesto, son un período muy corto, pues usualmente los contratos para el transporte de mercancías son por plazos mayores a seis meses, restringiéndose radicalmente la oferta. Como resultado, las barreras de acceso al negocio del cabotaje son enormes, pues suponen tener que optar por contratos inconvenientes o comprar desde el comienzo los barcos con los que uno operará. Es decir, solo algunos privilegiados empresarios nacionales pueden asumir los altos costos. Lógicamente, la consecuencia de esta restricción es que la oferta para el transporte de mercancías por nuestro mar sea muy limitada y esté concentrada en manos de unos pocos.
Por ello, es importante la aprobación del referido predictamen, pues busca extender el alquiler de naves extranjeras de seis meses a un año, agregando, además, la posibilidad de prorrogar el alquiler hasta por tres años (o, en casos de excepción, incluso hasta por cinco años). Así, el mayor período posible de alquiler incentivaría el cabotaje dotando al mercado de una competencia saludable.
Que se haga todo lo posible para que nuestro mar funcione como una suerte de “carretera azul” no es algo de importancia menor. Se trata de un tipo de transporte que trae enormes ventajas. Para comenzar, muchas veces el cabotaje puede resultar menos costoso que el transporte por vía terrestre. En efecto, los barcos mercantes poseen una capacidad de carga muchísimo más grande que los camiones, lo que les permite abaratar sus fletes. Además, el transporte marítimo no está sujeto a la inseguridad de nuestras carreteras o a posibles obstrucciones de la misma en caso de conflictos sociales o desastres naturales.
Por otro lado, a diferencia de lo que sucede con los camiones, los buques no dañan con su tránsito las pistas, por lo que no generan la necesidad de reconstruir y dar mantenimiento continuo a estas. A esto se le suma, por supuesto, cómo no utilizar las carreteras ayudaría a aliviar el tráfico que existe en estas, especialmente, en la entrada al puerto del Callao. Entrada que podría beneficiarse de la descongestión que una mayor incidencia del cabotaje le traería. En efecto, si parte de la carga entrara al puerto por vía marítima, disminuiría lo que hoy son 4.100 camiones diarios ingresando a este puerto a través de tres angostas vías que conducen a él, ingreso que a la fecha puede tomar hasta diez horas. Todo esto por no mencionar que el transporte marítimo genera menos emisiones de CO2 que el terrestre.
Asimismo, el ahorro de recursos en tiempo y precio de flete al que aludíamos puede traducirse en un abaratamiento de los productos transportados que beneficie a todos los consumidores y a los exportadores.
Por supuesto, la excusa que generalmente se usa para defender estas restricciones es que “el mar es de los peruanos”. Una frase, sin duda, demagógica, pero con la que solo se logra beneficiar a contados empresarios dueños de buques de bandera nacional que han asumido el altísimo costo de adquirir una flota para operar en el mercado. El mar, más que de los peruanos, es de unos pocos privilegiados.
Por todo lo anterior, el recientemente aprobado predictamen es un paso en la dirección correcta. Evidentemente, sin embargo, lo realmente deseable sería que se termine retirando todo tipo de restricción al cabotaje para que esta actividad no sea privilegio de un pequeño grupo de afortunados.