Ayer, el expresidente Martín Vizcarra reveló que formó parte de la fase tres de los ensayos de la vacuna Sinopharm contra el COVID-19 cuando todavía se desempeñaba como jefe del Estado. Una circunstancia que no se conocía y que, al parecer, a nadie dentro del Gobierno (comenzando por él mismo) se le pasó por la mente que podría ser de interés para la ciudadanía. Como si las implicancias que podría haber tenido un desafortunado giro en la participación de un mandatario en las pruebas clínicas de un medicamento que en ese momento no contaba con ninguna garantía fuesen un asunto trivial. La verdad es que no lo son.
Según ha contado el exmandatario –que solo se pronunció al respecto luego de que el tema se ventilara, aunque inexactamente, en un medio de comunicación–, en setiembre pasado, mientras se encontraba supervisando los ensayos del medicamento en una universidad local, un científico de dicha casa de estudios le preguntó si quería ser parte de los voluntarios. “Fui y consulté con el presidente del Consejo de Ministros [Walter Martos] y le dije: ‘¿Qué te parecería si es que yo me sumo a los voluntarios en esta fase de ensayo?’. El ‘premier’ me dijo: ‘Presidente, no le recomiendo, es muy riesgoso’”, explicó. Para completar luego: “Finalmente, tomé la decisión valiente de sumarme a los 12.000 voluntarios y que me hagan la prueba experimental […] el día 2 de octubre”.
Aunque trate de justificar su acción envolviéndola en un manto épico, la realidad es que la decisión del señor Vizcarra estuvo más cerca de la irresponsabilidad que de la valentía, tal y como se lo hizo notar (acertadamente) su entonces primer ministro. Consultado, además, sobre por qué mantuvo dicha participación en secreto, el expresidente incurrió en una mentira. “Los 12.000 voluntarios tienen que mantener la reserva. Es parte del compromiso”, afirmó.
Como sabe cualquier persona que haya revisado las noticias en los últimos meses, sin embargo, varios participantes de los ensayos clínicos han comparecido ante distintos medios de prensa para hablar sobre su experiencia y sobre las motivaciones que los llevaron a ofrecerse como voluntarios. Por lo que la excusa de que estaba obligado a mantener la reserva luce, a decir verdad, bien famélica.
Más aún porque si algo ha quedado claro con la pandemia (con casos como los de Donald Trump o Andrés Manuel López Obrador) es que la salud de un presidente de la República y los riesgos a los que voluntariamente –o no– se expone no es algo que solo le concierne a este: es un tema de Estado. Y como tal, debe ser transparentado con la ciudadanía, salvo, claro está, que se esté intentando ocultarlo por alguna otra razón no tan heroica.
En el caso del señor Vizcarra, además, hay varias preguntas que han quedado sueltas. Si la invitación se la hicieron a él, ¿cómo se explica que también su esposa –como contó ayer– haya participado en los ensayos? Si le comentó sobre el asunto al ministro Martos, pero no a su ministra de Salud (que ha descartado dicha posibilidad), ¿quiénes más estaban al tanto del tema? Y si su fe en la vacuna era tan robusta, ¿por qué luego, en lugar de concientizar sobre su uso entre una ciudadanía que aún la mira con desconfianza, se ha volcado a promover temerariamente falsos remedios como la ivermectina?
¿Por qué –finalmente– un mandatario que en lo que respecta a la lucha contra el COVID-19 se preocupó siempre por salir en la foto y ocupar todos los reflectores decidió mantener un acto tan ‘valiente’, en sus palabras, y de evidente interés público bajo llave?
Sería bueno que el propio Vizcarra aclarase estas y otras interrogantes, pero, visto lo visto, es evidente que nunca lo hará por iniciativa propia y que habrá que esperar a más destapes periodísticos o a que alguien se lo pregunte directamente.
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