Keiko Fujimori, pasada y seguramente futura candidata del fujimorismo a la presidencia, ha dicho en estos días que aspira a que su partido, Fuerza Popular, “vaya más allá de un nombre”. La hija del ex presidente (y actual presidiario) Alberto Fujimori ha revelado que desea institucionalizar la organización que lidera para que “tenga la capacidad de convocar a los mejores”, lo que sin duda es una buena idea, pues de otro modo en el 2016 tendría que postular nuevamente al Congreso a gente como los recordados Grandez, Gagó y Yovera.
En ese sentido, la también hermana mayor del legislador Kenji Fujimori parece apuntar a la forja de un movimiento que eche raíces en nuestro sistema democrático para tentar periódicamente el poder y, de no alcanzarlo, cumplir el valioso rol de oposición fiscalizadora: una iniciativa ciertamente más edificante que la de andar dando golpes de Estado. A diferencia de su tío Santiago Fujimori, que durante el gobierno pasado integró protagónicamente la bancada naranja en el Parlamento para luego retirarse a sus cuarteles de invierno, Keiko no da pues la impresión de estar de pasada en la política y por eso su anunciada aspiración resulta creíble. Y también, claro, porque más allá –o después– del nombre viene siempre, como se sabe, el apellido.