Víctimas de la crisis venezolana hay millones y millonas. Pero una viene siendo olvidada: Maduro. Es cierto que algunos indicios ligados a la OTAN sugieren que él es el culpable de la crisis, pero eso se lo dejo a expertos; yo aquí no quiero hablar de culpas, solo de humanidad.
Y hablando de humanidad podemos darnos cuenta de que Maduro sufre. La oposición que amenaza pareciera multiplicarse como penes. Perdón, como peces. Se ha lanzado el movimiento “sos Venezuela” (cuyo título, inexplicablemente, está en argentino) para calumniarlo. Todas las democracias de la región (o al menos Panamá) le hacen la vida a cuadros y su pueblo está lentamente vendiéndose al imperialismo que lo seduce con imágenes de Spiderman. Maduro sufre.
Ese es el Maduro que, por razones azarosas (léase, una azarosa interpretación de la Constitución), se encuentra desbordado tratando de cumplir los designios de Chávez. Designios que no son poca cosa: como el presidente bien dijo hace un tiempo, el comandante no era un humano cualquiera, porque “Cristo redentor se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en Chávez”. Tan importante es su tarea, que persiste en ella aunque sabe que desde que murió Chávez “llegó un grupo de expertos con un veneno y están preparados para venir a Venezuela a inoculármelo”.
Démosle espacio al pobre. Con tanto estrés que está viviendo es casi inevitable que tenga algunos errores producto de la fatiga (como decir que Bolívar es huérfano de esposa). De eso no podemos colegir que no sea un más que digno seguidor del pajarito chiquitico.