La semana pasada el Banco Central de Reserva (BCR), envalentonado por la decisión de la Reserva Federal estadounidense de postergar una vez más el ajuste de sus tasas de interés, trató de enviar una señal de calma al mercado de divisas. Así, sostuvo que pronto se desvanecerían las presiones al alza del dólar local. Qué bonito sería que las cosas resulten tan previsibles, pero existen algunas complicaciones que no deberíamos dejar de enfocar en estos tiempos:
En primer lugar, vivimos en una sostenida hemorragia de divisas para impedir que el tipo de cambio se dispare. Así, de abril del 2013 a agosto pasado, el saldo de las divisas disponibles por el BCR se ha reducido astronómicamente en US$23.046 millones. Pese a que todavía no hemos sufrido ningún doloroso embate, continuar sacrificando divisas no parece una opción inteligente.
En segundo lugar, cada vez exportamos menos. A julio pasado, exportamos anualmente mucho menos: US$12.444 millones por debajo de marzo del 2012. Ello pese a que en los últimos 12 meses los términos de intercambio se han movido muy poco (-6%). Las cifras de inversión extranjera directa y las de portafolio tienen una tendencia decreciente, unos cinco puntos porcentuales menos del PBI. Una conclusión de ello implica reconocer que hoy es mucho más peligroso sacrificar divisas que antes. Esto porque simplemente exportamos y atraemos inversiones foráneas a ritmos mucho menores.
En tercer lugar, tenemos la evolución del déficit en la cuenta corriente de nuestra balanza de pagos. Con dólar administrado, últimamente esta brecha se ha mantenido estable alrededor del 4% del PBI por una sostenida contracción de la demanda interna. Es decir, por una severa caída de la inversión privada. El absurdo ritmo de entrabamientos regulatorios y el bloqueo a las inversiones privadas a todo nivel han tenido un correlato atenuador del problema: implicó que la brecha externa no se deteriore tanto, aunque con la indeseable contraindicación de paralizar nuestra economía.
En cuarto lugar, observamos el reclamo de los exportadores, quienes piden la receta fácil. Que les suban el dólar nominal para que ellos vuelvan a hacer utilidades. El que los medicamentos se encarezcan, las carteras hipotecarias se deterioren y las jubilaciones se licúen no aparecen en su demanda. Tampoco entienden que la receta aconsejable es la difícil: dejar flotar libremente el dólar, tras eliminar el límite a las inversiones de las AFP en el exterior. Además, debemos dejar de controlar estrictamente la oferta de liquidez y crédito para regresar a una inflación anual de 2%, la palabra empeñada por el gobierno.
Son dilemas e interrogantes muy serios. No son tiempos para que nos cuenten que nada pasa aquí.