Desde hace ya un buen tiempo el tema previsional está en el centro de la discusión económica nacional y ha afilado muchas contraposiciones. En medio de estas se repiten no pocas imprecisiones. Vaguedades repetidas en tono sesudo y que para algunos resultaría de mal gusto cuestionar. En lo personal, me encanta ser desaprensivo cuando es menester.
Para iniciar este banquete, nada mejor que un plato caliente: el gran dogma previsional nacional. Desde hace un buen tiempo nos repiten que “el grueso de los peruanos no tiene cultura previsional”. Que somos irresponsables de interiorizar que llegará la vejez. Y se repite además que esto reventará al resto. Que el Estado Peruano –parafraseando a Margaret Thatcher, los contribuyentes– tendrá que mantenernos. ¿Tiene esta creencia mayor sentido?
Mucho antes de que el Estado financiase sus gastos usando las jubilaciones (con los esquemas socialistas de reparto) o que crease un régimen de cuentas individuales de propiedad privada (las AFP), la mayoría de peruanos desarrolló esquemas de ahorro previsional propios: familiares, comunales, institucionales, de bienes raíces y de productos financieros diversos. Nunca necesitamos de un hermano mayor burócrata que nos obligue a aportar.
Esto no es todo. Los ahorros previsionales sirven para comprar servicios previsionales. Para adquirir un automóvil, se requiere capacidad de ahorro o de repago de una deuda. Lo mismo para una casa, un seguro médico o una cuenta previsional. Aquí no hay magias.
Con ingresos que apenas alcanzan para subsistir, no hay posibilidad de acceder a un auto o a un ahorro previsional.
Así, un significativo segmento de la población no tiene ingresos que les permita comprar una jubilación adecuada. En este contexto, hablar de una cobertura previsional universal es una irresponsabilidad o una falta de respeto.
Debido a recurrentes errores laborales y educativos, millones de peruanos no han tenido, no tienen y –previsiblemente– nunca tendrán capacidad de ahorro previsional.
No es falta de cultura ni miopía ni irresponsabilidad. Esto es por escasa productividad y empleabilidad.
Sostener que somos una recua de irresponsables a los que hay que obligar a ahorrar por la fuerza implica un sugestivo grado de ignorancia e intolerancia. Pero, además, complicidad. Muchas fortunas se han hecho esquilmando fondos previsionales de reparto estatal (IPSS y otros) o redirigiendo el uso de los privados. Hoy hasta el gobierno financia su gasto cero reformas a través de las regulaciones al sistema AFP.
Tal vez la única tradición cultural relacionada con las jubilaciones nos refiere más bien a los fracasos regulatorios y al descubrimiento de la veta previsional como canal para financiar gastos burocráticos y negocios a nombre de garantizar una jubilación que casi nunca llega a manos del trabajador retirado. Cultura tal vez, pero de rapiña.