Santiago Pedraglio

En un mitin de la semana pasada, arremetió contra , su oponente en las elecciones presidenciales de noviembre próximo y actual presidente de los , acusándolo de que la propuesta que permitiría a los casados con estadounidenses tener facilidades para la obtención de su residencia “supone ‘un ataque directo a la democracia estadounidense’ y un ejemplo más de ‘cómo Biden y sus comunistas’ están demoliendo el sistema constitucional y reemplazándolo por ‘un régimen corrupto y fascista’ " (El Comercio, 18/6/24).

La virulencia y, sobre todo, la liviandad con la que Trump apela a adjetivos groseramente impropios evidencia la dimensión de la crisis de la estadounidense. Las palabras ya valen poco o nada. Decir que el presidente Biden está rodeado de comunistas trasluce eso: el lenguaje ha pasado a ser un estricto instrumento de descalificación y satanización del adversario. De calibre similar es la afirmación de que en los Estados Unidos se está instalando un régimen fascista.

No viene al caso discutir la evidente contradicción entre ser al mismo tiempo “comunista” y “fascista”. Se trata, más bien, de constatar que el lenguaje político se está vaciando de significado en la principal potencia del mundo, sobre todo cuando quien lo blande es un expresidente y posible mandatario reelegido.

Y es que el uso trumpiano del lenguaje responde a la naturaleza de la confrontación que él propone y a las pasiones que moviliza a pesar de las acusaciones penales y civiles que pesan contra él. Al mismo tiempo, su éxito expresa una profunda crisis de la sociedad, la quiebra de valores comunes y la destrucción del pacto social sobre el que se sustenta la política estadounidense. Implica también una crítica a la democracia liberal, sobre todo al incumplimiento de promesas planteadas a un importante sector de su población.

Junto con eso, en la base de su discurso hay, ciertamente, temores que Trump sabe representar y manipular; entre ellos, el miedo a perder el papel de nación hegemónica y a que se desvanezca una supuesta identidad racial a causa de una migración que, según sus términos, acordes con su aspereza de lengua, “envenena la sangre de nuestro país”.

Trump no es el único complacido y seducido con el efecto grandilocuente de su peligroso discurso. Sus seguidores le atribuyen la virtud de estar propinando duros y merecidos golpes contra sus adversarios y sus admiradores traspasan fronteras. Ciertamente, los hay en , incluido el

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Santiago Pedraglio es Sociólogo