El refrán “no hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla” tiene mucho más de cierto de lo que nos gusta aceptar. Cada cierto tiempo, algún deudor nos plantea que su compromiso resulta “impagable”. Hablamos de préstamos tomados bajo condiciones que el deudor aceptó cuando gastaba por encima de sus posibilidades.
Para el prestamista, el suyo no es un negocio fácil. Debe prestar y recuperar (con un interés según un retorno y un riesgo determinado). Muchos se endeudan sin pensar cuánto le costaría pagarla. Si el prestamista es un banco, este debe tener doble cuidado. Prestar festivamente significa o la quiebra de la institución o la pérdida de otras entidades.
La regla de oro acá nos dice que solo se debe prestar a quien podría cumplir el compromiso, pero esto no siempre sucede. Hay conflictos agente-principal (banqueros prestando plata ajena a una empresa insolvente de allegados), presiones políticas (el banco de un país le presta a un gobierno arruinado con el que tiene una asociación política) o errores del banquero. En estas circunstancias, emerge la expresión ‘incobrable’.
Lo cierto es que no hay incobrables ni impagables. Las deudas se pagan sí o sí. Pepe el vivo, ese tipo simpaticón que cree que las deudas grandes desaparecen solas, olvida que cabecear no es algo bueno. Que su viveza la pagará él o el resto.
Tarde o temprano, por cobros y embargos, con aislamiento financiero o impuestos (para cubrir los rescates), las deudas serán saldadas. Si el sistema funcionase apropiadamente, de no cumplirse el pago, quebraría oportunamente el banco o caja con la gerencia inepta, y se despediría al gerente y al regulador fracasados.
Mucho más triste, y más ilusamente tratado por la historia, emerge el caso de los cabeceadores-país. Tenemos aquí naciones que, como Grecia, se molestan con los que le prestaron dinero y caen en el incumplimiento (‘default’). En estos casos, muchos electores optan por personajes irresponsables que plantean que la deuda es impagable. No toman en cuenta que los plazos se cumplen y las deudas se cobran. Así pasen por el aislamiento, los pagos mucho mayores y los costosos procesos de reinserción financiera.
En nuestro contexto, la mayoría ve con suspicacia que limpiemos el vergonzoso ‘default’ asociado a los bonos de la reforma agraria. Pagarlos hoy nos costaría algo, aseguran muchos, pero olvidan que esta deuda no cubre ni un décimo de lo que costaría reponer las propiedades despojadas y cubrir el costo de su usufructo por décadas.
Lo peor es que no señalan cuánto más nos cuesta hoy mantener este ‘default’, en términos de los mayores costos financieros que asumimos al tomar nuevas deudas soberanas. Los cabezazos se pagan con costos inflados, nos demos cuenta de ello o no.