¿Miente el presidente? ¿El Gobierno nos oculta información? ¿Por qué no coinciden el número oficial de fallecidos por el COVID-19 con los registros de hospitales y crematorios? ¿Estamos mejorando o empeorando en la lucha contra el coronavirus? ¿Se ampliará nuevamente la cuarentena? ¿En qué consisten los protocolos sanitarios sectoriales que deberán cumplir los negocios que van a reabrir, o qué falta para definirlos? ¿Cuál es la estrategia del Ejecutivo ahora que la curva de contagios no se ha aplanado como se quería?
Con la difícil situación sanitaria y económica que enfrenta el país, dudo mucho que el presidente Martín Vizcarra quiera abrirse un frente de complicaciones más: el de la desconfianza.
Pero involuntariamente se dirige hacia allá. En las últimas semanas, reportes periodísticos y análisis de expertos vienen demostrando algunas falencias en las acciones del Gobierno y ciertas discordancias en la información proporcionada por los canales oficiales, levantando algunas cejas y engrosando la suspicacia.
Sería demasiado mezquino pedirle al Gobierno solucionar decenios de inoperancia estatal durante una pandemia. El hacinamiento carcelario, la menesterosa infraestructura de salud y la corrupción endémica de nuestro aparato institucional no nos han sido contagiados por el coronavirus ni hay vacuna mágica contra esas enfermedades.
Lo que sí podemos exigirles a Vizcarra y compañía es más transparencia. Claridad sobre nuestra situación actual y los planes con los que contamos. Sí, en plural y primera persona. Porque sus decisiones impactan en nuestras vidas, nuestra supervivencia.
La lista podría ser más larga, pero en este espacio vamos a sugerir tres acciones concretas.
1) Datos abiertos. El Estado tiene la posibilidad de hacer públicos y accesibles los datos que va recibiendo y centralizando. Datos crudos. Número de contagios sospechosos, confirmados y decesos. Número de pruebas, tipo de pruebas, ventiladores, camas de cuidados intensivos, médicos y enfermeros. Todo lo anterior cruzado por hospital, distrito, provincia, región. Edad, género, enfermedades previas, días desde el diagnóstico y días de hospitalización. Y, seguramente, muchos otros datos más. Información diaria, agregada, procesable y accesible por Internet. Esto ayudaría a que la comunidad científica observe nuestra evolución y aporte soluciones. Creer que solo el Estado puede manejar esta data es una manifestación de egocentrismo inaceptable, más aún frente a una emergencia.
2) Estimaciones sinceras. A estas alturas, no estamos luchando solo contra el coronavirus, sino también contra la recesión y la pobreza. Las extensiones de la cuarentena –seguramente justificadas– no han venido acompañadas de razones precisas. ¿En qué momento se pronostica alcanzar el pico de contagios? ¿Cuánto tiempo se estima necesario para contar con suficientes pruebas, camas y ventiladores, como para asumir el riesgo que implica levantar la cuarentena? Y antes de que esto ocurra, es indispensable que las personas y negocios sepan de antemano específicamente qué medidas o protocolos deberían implementar para volver a operar. No tiene sentido agarrarlos de sorpresa.
3) Repreguntas de la prensa. Cuando se inició el estado de emergencia, sugerí el mecanismo que hoy utiliza el Ejecutivo para comunicarse con la prensa: preguntas por anticipado. El objetivo era priorizar la información clara y dar tiempo al equipo ministerial para analizar todos los escenarios posibles en una coyuntura desconocida e incierta. Pasaron 50 días, y este esquema ya no se sostiene. Es imperioso permitir que la prensa interpele –de forma remota– a los ministros y al presidente, con variantes y repreguntas, cuando sea necesario.
El Estado, solo, no va a ganar la batalla contra el coronavirus. Necesita más ojos, más manos y, también, más críticas cuando se requiera enmendar el rumbo. Ya es hora de que Martín Vizcarra se crea el lema de “Juntos la hacemos”, y no parezca falso.
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