"Pero algo curioso y esperanzador está ocurriendo en India a pesar de que la intolerancia oficial suele polarizar la sociedad y hasta radicalizar a los grupos acosados". (Foto: AP / Manish Swarup)
"Pero algo curioso y esperanzador está ocurriendo en India a pesar de que la intolerancia oficial suele polarizar la sociedad y hasta radicalizar a los grupos acosados". (Foto: AP / Manish Swarup)
/ Manish Swarup
Ian Vásquez

La pandemia ha reducido la libertad de la gente alrededor del mundo. Algunas restricciones han sido necesarias para enfrentar la crisis sanitaria, pero muchas no. Unos 80 países han experimentado deterioros en sus democracias o en sus derechos humanos o ambos desde que irrumpió la enfermedad, según Freedom House.

Es así que se han registrado aumentos de todo tipo de abusos y excesos de poder que la pandemia y la excusa de luchar contra ella han habilitado, acelerando en muchos casos tendencias que preceden al 2020. Mas allá de los confinamientos obligatorios severos, que son cuestionables en sí, el mundo ha visto una mayor persecución de grupos minoritarios, ataques a periodistas y a la libertad de prensa, cancelaciones de elecciones, prohibiciones a las protestas cívicas, torturas, abusos policiales, e intolerancias de todo tipo.

La dictadura china ha cometido atropellos mayúsculos. Ha encarcelado a más de un millón de musulmanes de la etnia uigur en campos de concentración. Ha violado sus propios acuerdos y eliminado las libertades básicas de los 7,5 millones de residentes de Hong Kong. Son tragedias, pero no del todo sorprendentes para un Estado totalitario.

Desgraciadamente, el deterioro se extiende a los países democráticos también. India, el otro gigante asiático, es un ejemplo. Bajo el liderazgo de Narendra Modi, el régimen democrático se ha vuelto autoritario, según los críticos. Pero en un estudio nuevo, Swaminathan Aiyar dice que esa descripción es exagerada. Modi no ha llegado a convertir a la India en un Estado hindú autoritario –todavía–. El destino de la democracia más grande del mundo nos debe importar porque puede ofrecer lecciones a otras democracias que también están sufriendo asaltos a la libertad.

Aiyar documenta el deterioro indio desde que Modi fue elegido primer ministro en el 2014. El partido de Modi se basa en el nacionalismo hindú. Esto ha resultado en una política más agresiva y nacionalista contra el vecino musulmán Pakistán, mano dura y suspensión de la autonomía en Kashmir, que también es mayormente musulmán, y agresiones y violencia contra la población islámica en otras partes de la India. Modi ha propuesto leyes que quitarían la ciudadanía india a millones de musulmanes indios.

Modi ha erosionado la independencia de numerosas instituciones –entre ellas, el banco central, el comité electoral, los medios y el sistema fiscal–. Numerosos críticos han sido hostigados por su gobierno. Modi se ha aprovechado de la pandemia para restringir el debate parlamentario e imponer leyes.

A pesar de todo ello, Aiyar sostiene que India sigue siendo una democracia dinámica donde todavía participa una diversidad de partidos políticos y donde existen numerosos contrapesos al gobierno central. Los estados indios tienen mucha autonomía sobre las cortes, la policía y el manejo administrativo, por ejemplo. La sociedad civil y las ONG también son activas. De hecho, el partido de Modi ha perdido numerosas elecciones estatales recientes. India está lejos de ser un país autoritario, pero, según Aiyar, es una democracia cada vez más iliberal.

Pero algo curioso y esperanzador está ocurriendo en India a pesar de que la intolerancia oficial suele polarizar la sociedad y hasta radicalizar a los grupos acosados. En vez de recurrir al extremismo, los musulmanes indios se han vuelto defensores de la Constitución y de la democracia liberal. Miles se han manifestado durante meses con esa bandera. En pocas palabras, su reacción ha sido la defensa de una sociedad pluralista.

Cuando finalmente se supere la pandemia, veremos hasta qué punto el mundo recuperará sus libertades. La India ofrece esperanza que los países democráticos en desarrollo pueden detener la erosión y quizás revertirla.