El próximo domingo es el referéndum y los peruanos iremos a votar más desinformados que nunca. Probablemente, porque nuestra atención ha estado enfocada en temas políticos de corte más dramático, como la detención preventiva de Keiko Fujimori (que le valió récords de sintonía al canal del Poder Judicial), la elección del nuevo alcalde de Lima (que, cual carrera de caballos, se decidió a último momento), o el pedido de asilo de Alan García (novela cuyo final ha sido más bien anticlimático). Si la producción de memes fuese un indicador del interés público, no habría duda de que estos serían los temas ganadores de los últimos dos meses.
Como sabemos, son cuatro las preguntas que se plantean. La primera se refiere a la manera como se seleccionan los funcionarios cuya labor es designar jueces. Luego del escándalo con el que se descubrió el nivel de corrupción imperante en el Consejo Nacional de la Magistratura, se está buscando reformar la Constitución para cambiar su conformación y funciones; y, además, darle un nuevo nombre (Junta Nacional de Justicia). La segunda se refiere al financiamiento de los partidos. De aprobarse esta reforma, solo se podrá difundir propaganda electoral en radio y televisión a través de una franja electoral financiada por el Estado, y el financiamiento político ilegal generará sanciones administrativas, civiles y penales (hoy no es así). Si bien la discusión de estas reformas ha sido prácticamente nula y las propuestas están bastante alejadas de la perfección, a mí me parece que representan una mejora sustancial con respecto al statu quo. Por ello, pienso votar sí en ambas.
La tercera pregunta, que se refiere a la reforma constitucional que prohíbe la reelección inmediata de los congresistas, es, de lejos, la más popular. De hecho, es probable que se aprueben las dos reformas anteriores debido al apoyo que recibe esta. El problema es que una cosa es popularidad y otra, muy diferente, conveniencia. Como ya he señalado antes, esta propuesta ataca el síntoma, no la causa del problema. Los malos congresistas llegan al Congreso porque la gente los elige, y eso no va a cambiar porque los mandemos a su casa cada cinco años. Además, tiene poco sentido que, por castigar a los malos (que en su mayoría no son reelegidos), también se castigue a los buenos. Y nada garantiza que los nuevos sean mejores que los anteriores. Así que, a diferencia de la mayoría, a esta pregunta responderé que no.
La cuarta se refiere a la reforma constitucional que establece la bicameralidad en el Congreso. La mayoría de los sistemas democráticos tiene dos cámaras parlamentarias porque ello permite hacer un mejor filtro de las leyes que aprueban. En principio, ello es deseable para nuestro país. Lamentablemente, a esta reforma el Congreso le incluyó ciertas modificaciones que hacen que sea más costoso para el Ejecutivo plantear una cuestión de confianza (ningún miembro de un gabinete censurado podría volver a ser ministro, por ejemplo, entre otras disposiciones absolutamente innecesarias). Ello inclinaría peligrosamente la balanza de poder hacia el Congreso (¿se imaginan lo que sería si volviésemos a tener una mayoría obstruccionista con un Congreso aún más poderoso?). Por ello, a esta pregunta también responderé que no.
¿Y usted, apreciado lector, ya ha pensado cómo votará este domingo?