Toda organización funciona de acuerdo con las motivaciones de sus miembros y las posibilidades que ve cada uno de alcanzar sus objetivos personales
Toda organización funciona de acuerdo con las motivaciones de sus miembros y las posibilidades que ve cada uno de alcanzar sus objetivos personales
Iván Alonso

El informe de la se inicia con un hecho macizo: el colapso de los tradicionales, cuyo porcentaje agregado de votación en elecciones para el Congreso cayó de 88,9% y 86,7% en 1980 y 1985, respectivamente, a 6,3% en 1995 y 1,8% en el 2000. La comisión identifica al voto preferencial como la causa de ese colapso. Pero no extrae las lecciones correctas, y sus propuestas sobre la democracia interna, creemos, no servirán para fortalecerlos.

El voto preferencial, dice la comisión, genera un vínculo entre los electores y los elegidos. Pero es un vínculo personal y “clientelista”, que sustituye al vínculo entre los electores y los partidos. Si bien ha reducido la influencia de las cúpulas, ha introducido un elemento de lucha intrapartidaria en las campañas, que ha terminado por fracturar a los partidos y les ha hecho perder consistencia doctrinaria. La comisión recomienda, por tanto, eliminar el voto preferencial.

Hasta aquí estamos de acuerdo, pero no entendemos cómo la propuesta de escoger a los candidatos en elecciones internas ayudará a recuperar la unidad y la consistencia. Las elecciones internas son otra manera de reducir el poder de las cúpulas partidarias, algo que parece preocuparles sobremanera a la comisión y, para ser justos, a la mayoría de quienes opinan públicamente sobre estos asuntos.

Toda organización funciona de acuerdo con las motivaciones de sus miembros y las posibilidades que ve cada uno de alcanzar sus objetivos personales. ¿Quién va a dedicarse a la construcción de un partido, a la formación de cuadros, a la elaboración de planes de gobierno dignos de ese nombre, si no tiene control sobre las candidaturas? No hay por qué asumir que las cúpulas van a decidir “de manera arbitraria, autoritaria o improvisada”. Seguramente sopesarán la fidelidad e idoneidad de los candidatos con su capacidad para atraer votos. Tienen, después de todo, un interés mayor que el del común de los militantes en la supervivencia del partido.

Las elecciones internas abiertas y obligatorias, como propone la comisión, plantean sus propios problemas. “Abiertas” significa que no es necesario ser militante de un partido para votar en sus elecciones internas. Un grupo organizado con capacidad de movilizar a un cierto número de personas puede imponer a sus propios candidatos. ¿Cómo puede eso fortalecer a los partidos? No puede. Los expone al sabotaje, más bien.

Otro problema es que las elecciones internas tienen que ser obligatorias, si no se quiere correr el riesgo de que ningún partido pase la valla de casi 300.000 votos que recomienda la comisión. Obligatorias para todos los ciudadanos, no solamente para los que militan en algún partido. La gran mayoría las verá como un ejercicio inútil, y pondrá tan poco o menos empeño en informarse sobre los candidatos como el que suele poner en las elecciones oficiales. Se sentirá naturalmente atraída a votar en las elecciones más coloridas, y otras en las que compitan personajes más sobrios naufragarán por falta de quórum.

Como en otros órdenes de cosas, este economista cree en la competencia. Dejemos que los dirigentes de cada partido decidan cómo escoger a sus candidatos, así como la gerencia de cada empresa decide qué productos ofrecer al consumidor. Los votos dirán si han escogido sabiamente o no.