¡Qué diferencia pueden hacer cien días en la vida de un país! En ese poco tiempo, el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, ha logrado un enorme cambio: ha terminado con el clima de odio que definió los 12 años del kirchnerismo, en que todo opositor era considerado un enemigo, y ha vuelto a abrir su país al mundo.
La visita esta semana de Barack Obama a Argentina llamó la atención por ser novedosa y por entusiasmar al público. La última vez que un presidente estadounidense visitó el país fue en el 2005 cuando viajó George Bush a la Cumbre de las Américas para promover el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a la que Hugo Chávez rechazó al decir “ALCA, ALCA, al carajo”.
Macri también ha recibido al presidente Hollande de Francia y al primer ministro Renzi de Italia. Es parte de un vuelco en la política exterior que antes no tuvo reparos en aliarse con países autocráticos como Venezuela e Irán. Ahora, en cambio, abiertamente critica los abusos a los derechos humanos del régimen chavista y dejó caer un controversial acuerdo con Irán que a todas luces parecía proteger a los responsables del infame ataque terrorista a un centro judío en Buenos Aires años atrás. (Fue luego de investigar el acuerdo y denunciar que la presidenta recibió dineros ilegales a cambio de este, que el fiscal Alberto Nisman fue hallado muerto). La participación de Macri en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, marca otra diferencia con los Kirchner, quienes siempre se negaron a participar en lo que Néstor Kirchner equivocadamente llamó la “cumbre del neoliberalismo”.
El gobierno anterior dejó una Argentina bastante cerrada en un amplio sentido de la palabra. Luego de años de nacionalizaciones, deuda impaga y todo tipo de medidas proteccionistas, el país pasó a estar entre los menos integrados a la economía mundial en la región. Según la Fundación Mediterránea, la apertura comercial del país es la más baja en diez años.
En la Argentina de los Kirchner, el manejo del gobierno era una cosa opaca. Casi no se hacían conferencias de prensa, las decisiones de gobierno las tomaba un círculo chiquito de personas cercanas a la presidenta, y se manipulaban o falsificaban los datos oficiales. La agencia estadística reportaba cifras falsas acerca de la inflación y el comercio, el gobierno acosaba a quienes publicaban estimados independientes sobre la inflación, las cadenas televisivas nacionales de la presidenta se volvieron frecuentes y el Estado llegó a gastar alrededor de US$130 millones al año en propaganda oficial. Además, el gobierno hostigaba a la prensa crítica.
Todo esto lo ha cambiado Macri. Ha llamado a dialogar con la oposición y con los gobernadores y los ha invitado a acompañarlo en viajes importantes al exterior. Al entrar al poder sostuvo la primera reunión de Gabinete en 12 años. Redujo o eliminó impuestos a las exportaciones, sobre todo al sector agrícola. Liberalizó la ley de medios que la presidenta Kirchner introdujo para perjudicar a uno de los grupos mediáticos más importantes y críticos del país. Eliminó los controles de capital sin que hubiera una crisis cambiaria y con el resultado de que hoy el tipo de cambio libre del peso está más fuerte que cuando empezó a gobernar. Esa reforma fue especialmente importante, ya que todo régimen autocrático busca controlar el flujo de dinero para así controlar a buena parte del empresariado y la población. La buena reacción del mercado ha sido un voto de confianza al aumento de esa libertad.
En el tema que ha tenido a Argentina aislada del sistema financiero internacional –el impago de deuda desde su default en el 2001– Macri ha llegado a un acuerdo con los tenedores de bonos a quienes el gobierno anterior calificó de “buitres” y está logrando que se apruebe en el Congreso. El regreso de Argentina a las finanzas internacionales será positivo por restablecer una suerte de rendición de cuentas de mercado sobre la gestión del gobierno.
Si quiere ser un país exitoso, Argentina tendrá que implementar muchas reformas más. Pero al abrirse y cambiar por completo el ambiente, ya sirve de ejemplo para futuros países que en algún momento abandonarán el populismo.