El gran economista estadounidense Milton Friedman solía decir que la responsabilidad social de la empresa es maximizar sus utilidades. Sería una distorsión grosera pensar que eso supone desconocer las leyes o los derechos de sus trabajadores, clientes o vecinos. La idea, más bien, es que maximizando las utilidades se maximiza la contribución del empresario a la sociedad, la diferencia entre lo que le entrega –medido por el valor que la gente está dispuesta a pagar por sus productos– y lo que toma de ella –el valor de mercado de los insumos que utiliza–.
Entre nosotros, frecuentemente escuchamos decir, sobre todo en estos tiempos de desaceleración económica, que los empresarios tienen la responsabilidad de invertir. Lo dice el presidente. Lo dicen también sus ministros. Los propios empresarios lo dicen. Pero esa es una proposición completamente distinta a la anterior.
En el primer caso, la responsabilidad apunta a un resultado y no a una acción específica. Se pueden maximizar las utilidades sin necesariamente invertir. En el segundo, la responsabilidad alude a la acción, más que al resultado de la misma. Está bien que uno invierta, pero dependiendo de las inversiones que haga, las utilidades pueden subir o bajar.
Personalmente, creemos que no se puede definir la responsabilidad del empresario como una responsabilidad de invertir. En primer lugar, porque nadie, en una sociedad libre, tiene la obligación de invertir, así como nadie tiene una obligación de consumir pisco o cebiche para engrandecer al Perú. La decisión de invertir no nace de un sentido del deber para con el país, sino de una evaluación favorable de las circunstancias económicas y políticas.
La verdadera responsabilidad del empresario, en lo que a invertir se refiere, requiere una precisión. No es solamente invertir, sino invertir bien. O sea, invertir en negocios que sean rentables. O, mejor dicho, en negocios que ofrezcan una expectativa razonable de recuperar y remunerar adecuadamente el capital invertido. Invertir por invertir genera la ilusión de que se está haciendo algo, pero nada más que eso.
El capital es un bien escaso, como lo es casi todo en este mundo. Siempre son más las ideas, buenas y malas, para utilizarlo de tal o cual manera que la cantidad disponible en las manos de los empresarios y, por extensión, de la sociedad. Por eso, es importante escoger bien los usos que se le va a dar. Si tuviéramos, entonces, que reformular cuál es la responsabilidad del empresario, diríamos que es la de maximizar la rentabilidad de sus inversiones.
Cada vez que un empresario escoge un proyecto, el proyecto A, digamos, necesariamente está dejando otros de lado (B, C, D…) porque el capital nunca alcanza para ejecutarlos todos. Más allá de su interés personal, el interés de la sociedad debería ser que priorice y escoja el más rentable (o los más rentables, hasta donde los fondos disponibles se lo permitan).
¿Por qué le interesa eso a la sociedad? Pues porque la rentabilidad de una inversión viene de que los productos que se obtienen a consecuencia de ella tengan un buen valor de mercado. Cuanto más alto sea este, mayor será aquella. El valor de mercado no es sino la expresión de lo que la gente está dispuesta a pagar por esos productos, de la satisfacción que le brindan, de los problemas de la vida práctica que resuelven.