Luego de unas controvertidas elecciones abiertas (acusaciones de fraude, anulación del 10% de votos del total de participantes), Verónika Mendoza se ungió como la candidata del Frente Amplio de Izquierda a la presidencia del Perú. Aunque no se descarta la expansión de la alianza con otras agrupaciones y candidaturas, Mendoza es la que mayor apoyo ha concitado hasta ahora: 2% según las encuestas. Todo parece indicar que será quien asuma el desafío de representar el sueño de la izquierda reunida. Recordemos que sin el atajo del ‘outsider’ militar (Humala), en el 2006 ninguna candidatura zurda sobrepasó el 1%. ¿Qué puede hacer Mendoza para no repetir el fracaso de Susana Villarán (0,6%) y Javier Diez Canseco (0,5%) en los comicios generales?
La estrategia más eficaz para el fortalecimiento de la izquierda en el Perú (y quizás en América Latina) es ser popular. Ello implica interpelar a la ciudadanía tanto en términos ideológicos como en sentidos anti-establishment. Respecto a lo primero, es imperativo avivar la división clasista. Mientras la derecha acapara discursos religiosos, conservadores y reaccionarios, la izquierda cuenta –en teoría- con ventajas para cuestionar el statu quo de una sociedad desigual como la peruana. Pero no lo hace: se entrega a la defensa de ‘issues’ (medio ambiente, pluralismo étnico, derechos de minorías sexuales) sin vincularlos a la desigualdad estructural.
Respecto a lo segundo, a la izquierda no le queda más remedio que representar a “los de abajo”. No solo en el sentido clasista sino, sobre todo, de estatus social. Esto es: agitar la plebe, movilizar masas, canalizar el rechazo social y cultural al poder y sus símbolos hasta atemorizarlos. Pero no lo hace: sus invocaciones al pueblo y a los pobladores son clichés del siglo pasado. No pisa fuerte el mundo informal y, sin el protagonismo de Marco Arana, tampoco el rural. Así, las posibilidades de sintonizar con el “perro del hortelano” de los conflictos sociales se desvanecen.
Mendoza cumple a medias el encargo. En el plano programático no hay dudas sobre su solvencia ideológica. Pero su coherencia y compromiso con sus ideas políticas debe orientarlas hacia la articulación de una sola izquierda, sacudirse la trampa de la “izquierda democrática” versus la “izquierda chavista”. Me parece que tiene la solidez intelectual para trascender el divisionismo que azuzan sus rivales y caviares conflictuados. Los devaneos de ciertos izquierdistas no ayudan tampoco: sea pro o antichavista, Mendoza es fundamentalmente de izquierda (no como Humala a quien apoyaron sin chistar), lo cual debería avanzar la necesaria unidad. En el peor caso, Mendoza debería entenderse como el mal menor de cualquier ‘leftie’. ¿O acaso votarían por PPK o Julio Guzmán?
En cambio, en el campo del anti-establishment, Mendoza muestra serias deficiencias. Le falta ese arraigo en el mundo popular que despertaron Humala y Chávez para conectar con la desafección de los marginales. Por ahora, su impronta es muy barranquina, su carisma es ‘gluten-free’, su audiencia es Silvio a la Carta. Hablando claro, carece de ‘grass-roots’. Esta campaña debería ser su entrenamiento para el 2021; pero para conquistar a ese tercio del electorado sin candidato (que dejó Humala), no basta ser izquierdista sino también anti-establishment. Porque una media Verónika conviene a Keiko Fujimori y César Acuña, quienes capitalizan dicho segmento.