La noticia de que el Perú tiene una altísima cantidad de contagios por COVID-19 preocupa mucho. Sin embargo, si se ve el dato en su verdadero contexto y se le interpreta adecuadamente, las conclusiones que resultan pueden ser muy distintas a las que creemos.
Sabemos que con más de medio millón de contagiados el Perú es, solo después de Brasil, el país latinoamericano con la mayor cantidad de casos declarados. Y es cierto, pues, por ejemplo, Argentina, con 45 millones de habitantes (frente a los 31 millones nuestros) tiene solo 290 mil casos. Pero no debe olvidarse que el Perú tomó 2,7 millones de pruebas, mientras que Argentina solo 970 mil. Nosotros tenemos más goles en contra que Argentina, pero hemos jugado muchos más partidos.
Y la misma comparación, más extrema que con México (1,2 millones de pruebas para 120 millones de habitantes) sería con Bolivia, que con 210 mil tests moleculares y rápidos reporta más de 90.000 casos. ¿Es cierto, entonces, que somos los que peor estamos? Los datos comparativos bien analizados parecen decir lo contrario, incluso con el sinceramiento que muchos, correctamente, reclaman.
Por cierto, el que otros no vean o no quieran ver el problema (Trump pidió a sus ciudadanos no controlarse), es consuelo de tontos. Pero sucede que las comparaciones inexactas alarman a la población y justifican tomar medidas inadecuadas.
Así, al pregonar que somos el país con el mayor contagio del mundo, aumentamos la angustia de la población, en especial de los mayores, haciendo que esa intranquilidad psicológica disminuya sus defensas y los haga más vulnerables. Generamos un círculo vicioso innecesario
Y también, al interpretar mal las cifras, por pánico a que se les acuse de ser más ineficientes que sus pares de otros lados, en lugar de facilitar una actividad productiva más sana, las autoridades deciden restringirla reforzando el círculo vicioso de “desobediencia por supervivencia/mayor contagio” que vemos desde el inicio de la pandemia. Y también, preocupándose por administrar policías y fuerzas armadas, no se focalizan en mejorar otros datos como el número de camas UCI que es, en proporción a los habitantes, uno de los más bajos de la región. Y también que, enfatizando en los 25.000 fallecidos por COVID-19, descuidan el trato a los pacientes de otras enfermedades que, no lo olvidemos, causan casi medio millón de decesos por año.
¿Debiéramos no hacerle caso a nuestras cifras? Sin duda debemos tomarlas en cuenta, pero usarlas de manera inteligente y sin alarmar ni alarmarnos. Porque solo son datos que se convierten en información útil cuando se les interpreta correctamente, y con buena voluntad. Que tengan una semana tranquila.