Una de las primeras cosas que haré pasada la cuarentena es ir a mis restaurantes preferidos a recobrar mi esencia. Pero me gustaría que cambien algunos aspectos, pues, como creo que pasa con la mayoría de mis paisanos, me he vuelto más exigente.
Sin duda esperaré que se insista en normas de higiene máximas, no solo en los salones sino también en las cocinas, siendo esto último algo que, la verdad, antes no me interesaba tanto. También que se cuide mucho el distanciamiento personal, aunque estoy seguro es ya una preocupación de todos los establecimientos.
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Además me gustaría encontrar a mozos extremadamente amables y bien entrenados, cosa que no era fundamental en la oferta anterior. Sucede que antes yo iba a los restaurantes básicamente a comer, mientras que ahora quiero una experiencia integral. Hoy espero sentirme como el mejor cliente del salón, para interesarme en volver pronto.
Y en cuanto a la comida me encantaría estar seguro de lo que como. Que si me dicen que es cebiche de corvina, será realmente ese pez. Si pido un cau cau, quiero que me traigan uno de mondongo y no de pollo como hacen algunos innovadores. Y si lo cambian, que le pongan piau-piau, para no confundirme. Pero acepto, por tradición, que el ‘ají de gallina’ sea de pollo, aunque nunca en trozos en vez de deshilachado, o con salsa de yogur en vez de queso.
Y espero que las porciones sean con P de Perú y no con p de poquito. Porque los peruanos queremos comer y no, como dice mi amigo Juan, jugar a la comidita. Por supuesto no espero los platos inmensos de antes, pues quiero espacio para un buen postre, pero sí salir saciado.
¿Los precios? Depende. Si es el menú cerca de la oficina buscaré economía, aunque entenderé que tendrán menos clientes por mesa. Pero si se trata de una salida por placer, la calidad mandará en mi elección, aunque sin exagerar. Como quizá ya no salga tan frecuentemente, cuando lo haga debe valer la pena, y sé que eso me va a costar un poco más.
Si se me antoja algo más simple y barato, siempre tendré la opción del delivery. No será igual en ambiente, en temperatura ni en atención, pero es útil en algunos momentos. Por cierto, si también allí alguien hace un esfuerzo por una mejor vajilla y envía un lomo saltado realmente saltado y con el sabor de casa, lo preferiré sin dudar.
Quizá el lector esté empezando a salivar al leer esta columna, y tal vez saldría corriendo a buscar su restaurante favorito, si pudiera. Qué bueno si eso le ocurre. Porque pasados estos momentos críticos del país, nos toca a todos salir a apoyar a ese sector gastronómico que nos ha hecho sentir tanto orgullo de ser peruanos. Y que hoy nos necesita mucho. Que tengan una gran semana.