Tras horas de suspenso en las que todo parecía indicar que no lo haría, el presidente Vizcarra se presentó ayer en el Congreso al inicio de la sesión en la que se debatiría la moción de vacancia que pende sobre él. ¿Fue una decisión de último minuto en medio del manicomio de voces contradictorias –y acaso grabadas– que debe haberse desatado en estos días a su alrededor? No lo creemos. El hecho de que tuviera ya un discurso escrito para la ocasión y listo para ser distribuido a la prensa no bien terminase de hablar apunta en sentido contrario.
PARA SUSCRIPTORES: Martín Vizcarra: ¿Era necesaria una defensa más política ante el Congreso? | ANÁLISIS
En esta pequeña columna, sospechamos que se trató más bien de un gesto calculado para tratar de rodear su sola presencia en el hemiciclo de una aureola de coraje. De una presunta muestra de coherencia con el “no me corro” pronunciado días antes. De un embeleco, en suma, para que no fuese tan evidente que realmente no había ido a explicar cosa alguna. Porque, vamos, no se puede proclamar que uno ha acudido a una cita para “dar la cara” y luego advertir: “no voy a entrar en el análisis del fondo del asunto”.
Después de un breve discurso en el que reiteró que estaba dispuesto a dar las respuestas que todavía no da, el presidente, en efecto, dejó con el problema a su abogado –que aparentemente es un problema en sí mismo– y se fue a Trujillo. No fuera a ser que el festival de la marinera empezara sin él.
—Doctor Octógono —
El mandatario, en realidad, ha estado intentando bajarle las revoluciones al follón político en el que está envuelto desde que, el jueves al mediodía, el Tribunal Constitucional resolvió no conceder la medida cautelar que había solicitado el Ejecutivo para paralizar el debate y la votación de la moción de vacancia en el Parlamento. Esa misma tarde, camuflándose una vez más bajo los ropajes de la emergencia, declaró: “No nos distraigamos en cosas secundarias, banales; el Perú tiene tantos problemas para estar distrayéndonos en discusiones estériles”.
¿Pero cómo? ¿No era que estábamos ante una conspiración? ¿Ante un complot de intereses oscuros que pretendían desestabilizar la democracia? ¿No había una confabulación entre el diabólico doctor Octógono y los pérfidos congresistas para sacarlo del poder y atajar las reformas civilizadoras que nos ha obsequiado?
¿Cómo así, entonces, toda esta crisis devino de pronto banal? ¿Por qué repentinamente adoptó el mandatario hacia la sesión en la que los conspiradores debatían su futuro esa actitud de “al cabo que ni me importa”?
Según ha dicho, lo que sucede es que él simplemente no puede interrumpir su trabajo para lidiar con esta fruslería… Pero resulta que su trabajo, sobre todo cuando viaja al interior, es fundamentalmente inaugurar o supervisar obras. Esto es, cortar cintas o pasearse con un casco y cara de entendido entre gente que realmente trabaja. ¿No podría remplazarlo en ese afán acaso, aunque sea por estos días, el ministro del sector que corresponda?
Por supuesto que hay mucho de deleznable en el número que han montado las bancadas que quieren ir adelante con la vacancia. Por supuesto que el presidente de la asamblea de los Gremlins y los Godínez tuvo sueños húmedos con la banda, que ha de haber compartido con algunos de sus correligionarios. Y por supuesto que en los audios que hemos escuchado la información digna de investigación está revuelta con otra irrelevante y chismosa. Pero fue el propio presidente el que identificó todo eso con una maquinación de ribetes montesinistas que ponía el Estado de derecho en vilo y ahora, para decirlo con una expresión que él ha incorporado recientemente al discurso oficial, no puede hacerse el loco.
Como se ha señalado ya hasta la saciedad, lo que está ocurriendo en el Congreso no es un juicio penal; es un juicio político. Y en consecuencia, el jefe de Estado tendría que haber aprovechado la ocasión, no para desvirtuar las imputaciones de encubrimiento u obstrucción de la justicia que pesan sobre él (eso tendrá su momento cuando deje de ser presidente), sino para dar respuestas a los cuestionamientos políticos que su actuación ha planteado.
—De la cancha al organigrama —
A la ciudadanía le habría gustado conocer, por ejemplo, cuántas veces se reunió finalmente con Richard Cisneros en Palacio y para qué, así como las razones por las que le pareció que hacía falta cuadrar las versiones sobre esas visitas con sus colaboradoras más cercanas a fin de dar la impresión de que nada tuvieron que ver con él. Habría sido deseable también una explicación sobre los motivos que lo llevaron a conservar por tanto tiempo a la señora Mirian Morales en el Despacho de la Presidencia, a pesar de que era ya de dominio público que, en su momento, había hecho contratar indebidamente desde el Ministerio de Transportes a la señora Claudia Teresa Mere Vidal, hermana de su expareja. Y no habría estado de más, por último, que diera luces sobre cómo así tantos amigos tenistas suyos tuvieron la buena fortuna de conseguir una posición en el Estado o celebrar contratos con él durante esta administración.
Sobre todo eso y algunas otras cosas podría habernos ilustrado el jefe de Estado desde el Congreso, pero no tenía tiempo: la ciudad de la eterna primavera lo esperaba para ofrecerle sus primeros brotes. Una lástima, porque lo que queda es la sensación de que en realidad no había forma de que diera esas explicaciones sin terminar hundido en el lodo.
El presidente Vizcarra no se cansa de proclamar que es transparente y de verdad lo es. Pero no por las razones que él cree.