A ojos de Vladimir Cerrón, la censurada ministra de Trabajo, Betssy Chávez, y la vicepresidenta y titular de Desarrollo e Inclusión Social, Dina Boluarte, deben lucir como hermanas siamesas. Cuando, en octubre del año pasado, cayó el Gabinete encabezado por Guido Bellido y ellas estuvieron dispuestas a integrar el que presidiría Mirtha Vásquez, el disgusto del exgobernador regional de Junín fue evidente y se manifestó a través del anuncio de que la bancada cerronista no le daría el voto de confianza a ese nuevo equipo ministerial. Muy dignas, entonces, las dos señoras publicaron un comunicado conjunto en el que decían: “Lamentamos que la dirigencia se ponga de espaldas a la esperanza que encarna Perú Libre e intente llevar a la organización hacia posiciones divisionistas e intolerantes”.
Desde ese instante, la guerra entre los dos sectores del oficialismo estaba declarada y el divorcio, cantado. Y no hubo que esperar mucho para asistir al inicio de las hostilidades.
–'Vendetta’ a la huancaína–
Dos meses más tarde, en efecto, Chávez renunció al partido liderado por Cerrón proclamando que lo hacía “en razón a la manifiesta y constante divergencia sobre la naturaleza democrática de una bancada en la que deberían primar el diálogo y el ánimo de consenso”. Y poco después, Boluarte sería expulsada de la organización a raíz de lo que un comunicado oficial definió como “afectación y quebrantamiento de la unidad parlamentaria del partido”, pero ella atribuyó más bien al “hecho de no pensar u opinar conforme el secretario general desea”. El mandamás de Perú Libre, en cualquier caso, prefirió no dejar dudas sobre su interpretación del episodio y escribió en sus redes sociales: “¡Leales siempre, traidores nunca!”.
Aquello, sin embargo, demostraría pronto ser solo el principio de la ‘vendetta’ a la huancaína. Este jueves, con la censura de la ministra de Trabajo en el Congreso, hemos conocido una segunda parte del ajuste de cuentas (pues sin los nueve votos de la bancada cerronista, el licenciamiento de la señora Chávez no habría sido posible), y es obvio que la porción que el exgobernador regional de Junín le tiene reservada a su hermana siamesa, la señora Boluarte, todavía está por servirse.
La vicepresidenta, como se sabe, ha tenido una semana ingrata. Un informe de la contraloría reveló el lunes que ella había cometido una infracción constitucional al haber firmado 13 documentos del club departamental Apurímac cuando ya era ministra. La Carta Magna que nos rige establece en su artículo 126 que los ministros no pueden “intervenir en la dirección o gestión de empresas ni asociaciones privadas” y, en consecuencia, no había ni hay vuelta que darle al asunto.
Fue así que los intentos de la titular de Desarrollo e Inclusión Social por maquillar la situación fueron rápidamente desbaratados y que, para el martes, ya tenía ella dos denuncias constitucionales. Denuncias que, tras un trámite trabajoso pero no irremontable, podrían llegar al pleno del Congreso y traducirse en una inhabilitación para la función pública que mataría sus locas ilusiones de suceder al actual mandatario en el cargo si las cosas siguen como van.
¿Qué haría falta para que ese fatídico destino alcance a doña Dina? Pues solo una votación mayoritaria en una versión del pleno que no incluiría a los integrantes de la Comisión Permanente (que ya habrían votado previamente al respecto en la mencionada instancia). Es decir, una alineación de fuerzas bastante similar a la que selló el jueves la suerte de doña Bettsy.
Es de notar que una invitación a Cerrón para que acudiera a Palacio de Gobierno antes de que todo se consumara no sirvió para evitar el apoyo de buena parte de su bancada a la decapitación de la ministra de Trabajo. Y que, más bien, una sentencia de su mozo de estoques Richard Rojas, publicada horas después de la faena liquidadora, se encargó de recordar el motivo de tanta inquina. “En Perú Libre no se perdona la traición ni la deslealtad”, escribió el amanuense; y al leerlo, la vicepresidenta seguramente tragó saliva. Porque aquello era claramente una adaptación de esa expresión popular que dice: “se lo digo a Juan para que lo escuche Pedro”.
En la dinámica forma de comunicarse que cultivan Cerrón y sus lugartenientes la censura a la señora Chávez encerraba en realidad un mensaje a la señora Boluarte. Un poco a la manera de esos curiosos correos sicilianos que sirven para advertirles a los enemigos que alguna persona allegada a ellos ya “duerme con los peces” y que no pasará mucho tiempo antes de que ellos también deban explorar el fondo marino. Sino cruel, sin duda, el de quien saliva y saliva por llegar a la cumbre del poder y acaba repentinamente ahogado.
–Causas rellenas–
Doña Dina, no obstante, no se resignará así nomás a lo que su carta astral le presagia. Es muy probable, por eso, que en los próximos días la descubramos convertida en la más solícita valedora de las causas rellenas del líder de Perú Libre. Y el ejemplo del premier Aníbal Torres (que, por razones poco misteriosas y sin preámbulos, pasó hace tiempo de fustigar a Cerrón a susurrarle dulces trinos) podría alimentar sus esperanzas de conseguir una absolución salvadora. Y, quién sabe, en una de esas, le liga. Pero nos tememos que todo será en vano, pues la inhabilitación a la que se ha hecho merecedora la todavía vicepresidenta de la República hace rato que dejó de ser un asunto de votos.