En nombre de la narrativa que alienta la ‘democracia presidencial’ se presentó en diciembre pasado un proyecto de ley para que el presidente del Congreso reemplace al presidente de la República en caso de que los vices no existan o no puedan hacerlo. El proyecto no prosperó porque, entre otros argumentos, se consideró que ello demandaba cambiar el Art. 115 de la Constitución, y se debía hacer en una reforma constitucional en dos legislaturas seguidas.
Meses después, la necesidad imperiosa de la ‘democracia presidencial’ volvió a invocarse en la forma de un proyecto de ley que interpretaba la Constitución para permitir que el presidente ejerza el cargo por vía remota, en caso de no contar con vices. Gracias a este proyecto, Dina Boluarte, por fin, acaba de hacer su primer viaje como presidenta.
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La narrativa de que Boluarte tiene que viajar sí o sí porque hoy los mandatarios viajeros marcan la política exterior en los encuentros multilaterales, es muy forzada. En esas reuniones se llevan pre acuerdos trabajados por las cancillerías durante meses, y los presidentes los firman y sellan para las fotos. Algunas veces conversan a solas, pero, de hecho, comparten lo conversado con sus cancilleres.
Si Dina Boluarte no viajara, el efecto sobre la política exterior peruana no sería catastrófico ni mucho menos. La impresión de desaire se hubiera borrado explicando a los anfitriones su limitación constitucional. Lo que ha sucedido, ya viajada, es esto: Dina fue recibida por un jefe militar del Estado de Pará en el aeropuerto de Belem. Casi un desaire sino fuera porque tuvo un encuentro con el anfitrión Lula. Lo demás, es chamba de política exterior que nuestra cancillería viene atendiendo desde antes de Castillo y lo seguirá haciendo luego de Dina. Fue una narrativa engañosa pero exitosa porque logró su cometido viajero.
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