El próximo domingo iremos nuevamente a votar, esta vez en un referéndum del que la gente entiende poco o casi nada y del que ya el 53% de personas encuestadas ha manifestado que no sabe cómo va a votar.
Son cuatro preguntas en las que hay que optar por el Sí o por el No. Y estas son. ¿Aprueba la reforma constitucional sobre la conformación y funciones de la Junta Nacional de Justicia?, ¿aprueba la reforma constitucional que regula el financiamiento de organizaciones políticas?, ¿aprueba la reforma constitucional que prohíbe la reelección inmediata de parlamentarios de la república?, ¿aprueba la reforma constitucional que prohíbe la bicameralidad en el Congreso de la República?
Hay que recordar que el planteamiento de referéndum se dio el 28 de julio de este año, durante el discurso del presidente Martín Vizcarra ante el Congreso. Luego, exigió al Parlamento que apruebe las reformas tal y como él las había enviado, sin cambiarle nada, para que no se “desnaturalicen”, bajo amenaza de cierre del Congreso. También puso un plazo: todo debía estar listo el 4 de octubre. Así, en un tiempo récord de dos meses, el Legislativo aprobó las propuestas del Ejecutivo.
Entonces, Martín Vizcarra aprovechó la corrupción difundida en unos vergonzosos audios para subirse a la ola de indignación ciudadana y en una suerte de “que se vayan todos”, pero sofisticado y con la venia del Congreso, se lanzó en la aventura del referéndum.
Cómo olvidar al gran Enrique Bernales, quien advertía claramente que “no hay que manipular con el referéndum”. Y, lamentablemente, eso es lo que estamos viendo. Primero, porque no se puede establecer profundas reformas políticas bajo el amparo de la indignación ciudadana. No es correcto legislar por emociones.
Hay que ser claros en que nuestro país requiere profundas reformas políticas, pero no se puede ser cómplice de propuestas hechas con apuro, sin reflexión, sin debate y sin ningún consenso. El único consenso que existe es el de aquellos que colocan al presidente Vizcarra como una suerte de caudillo todopoderoso, que con su ímpetu –y nada más que eso– hará de nuestro país un mejor lugar para vivir y que, por obra y gracia del referéndum, el 10 de diciembre seremos un país libre de corrupción.
No nos dejemos engañar por quienes afirman, sin mayor sustento, que oponerse al referéndum es estar con la corrupción: no. El triunfo de la propuesta del Ejecutivo en el referéndum será sin duda un triunfo político para Vizcarra, ¿pero esto hará que bajen los niveles de anemia, que la seguridad ciudadana disminuya y que la economía por fin se dispare? No.
Que no nos engañen. Ya se podrían hacer las mejores leyes, las normas más efectivas para luchar contra la corrupción, pero estas se ejecutan por personas, y sin estas ningún cambio es viable.
Fortalezcamos una educación en valores con buenos ciudadanos, con familias empoderadas. ¿Esto lo va a lograr el referéndum? No.Queremos un país que mire el futuro con esperanza, pero eso no se va a resolver el próximo domingo. Así no, no, no y no.