Para Keiko Fujimori lograr que el fujimorismo retorne al poder en el 2016 es seguramente como completar un círculo, pero hay algo en su esfuerzo que todavía no cuadra: renegar del 5 de abril se le hace a ella tan difícil como a Verónika Mendoza decir que en Venezuela hay una dictadura. Y sin embargo, necesita hacerlo, pues de otro modo corre el riesgo de repetir la frustración de la segunda vuelta del 2011.
El discurso sobre el golpe de estado que encabezó su padre como un hecho ‘único e irrepetible’ suena a veneración antes que a ruptura, y ya ha demostrado ser insuficiente para atraer a los electores de instintos democráticos que le hacen falta para aspirar esta vez al triunfo. Y lo mismo puede decirse del eufemismo de llamar ‘errores’ a decisiones que se tomaron en los años noventa con plena consciencia (la aprobación de la ley de “interpretación auténtica”, la purga de los magistrados del Tribunal Constitucional que se oponían a ella, el retiro de la nacionalidad a Baruch Ivcher, etc.). Los errores voluntarios, como se sabe, no existen.
En el fondo, se trata de admitir que el golpe de estado no fue necesario para lograr la reinserción económica, la derrota del terrorismo o la paz con el Ecuador, como suele sugerirse, sino la expresión de un proyecto autoritario que utilizó todo eso como pretexto para justificarse. ¿Pero cómo podría la candidata de Fuerza Popular admitir semejante atropello a la democracia sin reconocer al mismo tiempo que el confinado ‘líder histórico’ de la opción política que representa está bien donde se encuentra? Difícil. Quizás, imposible. Pero en cualquier caso, tal es la cuadratura del círculo que la veremos tratar de resolver en esta campaña.