¡Helados! ¡La palabra níspero! ¡El primer sorbo de una chela heladita! ¡El wantán frito con salsa de tamarindo! ¡Usar un disfraz! Estas son algunas de los ítems en la lista de Solo cosas geniales título de la obra británica interpretada por la talentosísima Norma Martínez y su público. Fue un día estresante, me recogieron tarde, el tráfico limeño, en fin, llegué avergonzada 15 minutos después de que la obra comenzara, tuve que tomar un asiento arriba en el mezanine, lejos de la acción, para no interrumpir la función en curso. Perdí así mi oportunidad de participar con el resto de la audiencia, una característica principal de la obra. Aun así, tan solo 10 minutos después de haberme ubicado en mi lejano asiento, estaba hecha puras lágrimas. De inmediato enganché con la protagonista y su pleito. Me identifiqué profundamente con esa niña, con su madre, con su lista, con todo.
El monólogo de Norma resultó no ser un monólogo. Hubo un antagonista cuyo nombre no se había incluido en la cartelera, pero cuya presencia resultó innegable: la depresión. Y no me refiero solamente a la depresión experimentada por la madre (la destinataria de la lista), ni siquiera a la de la misma Norma (en su desesperación por arreglar todo con ella), sino a la depresión que podría haber experimentado cada miembro de la audiencia en algún momento de sus vidas y que le permitía empatizar de manera tan humana con los personajes. Vi las caras de los asistentes y me di cuenta de que no era la única conmovida: que el sentimiento compartido era nuestra verdadera participación y que realmente no existía un “asiento lejano” en esta obra.
Después leí en las noticias que para muchos la obra fue una llamada a la acción para crear sus propias listas de “Solo cosas geniales”, una especie de motivación para poder superar cualquier depresión actual o futura. Sin embargo, yo ya tenía mi lista. La depresión para mí es un antagonista familiar porque me ha asediado durante mis varios siglos de vida. De hecho, solo recientemente he podido manejarla con mayor éxito. ¿Cómo? ¡Con mi lista de “Solo cosas geniales”, por supuesto!
Estuve varios años con psicólogos de diversas disciplinas y escuelas: psicoanalistas, conductuales, jungianos, lacanianos, etc. El último psicoterapueta al que fui se llama Igor Alegría. Una de mis cosas geniales es cuando las personas que me atienden tienen nombres que concuerdan plenamente con su oficio. Me da la seguridad de que están exactamente donde deben estar, y que quizás yo también. A pesar de su nombre “happy”, Igor me recuerda más bien al muy serio pero sensato Sr. Miyagui por su peculiar manera de asignar tareas crípticas con moralejas sabias. Una de mis primeras tareas fue crear una lista de las 60 cosas que más me gustan y la única regla era que debían ser muy específicas. Como buena alumna, le mandé mi tarea la noche anterior a mi siguiente cita, emocionada y curiosa sobre su análisis. Pasó toda la sesión y no me la comentó. Antes de irme, le pregunté y me contestó que necesitaba otra lista. Nuevamente fui y nada. Volví a preguntarle y me pidió otra lista. En la siguiente sesión estaba ya un poco fastidiada de tanto "Echar cera y pulir cera", y preocupada porque mis listas revelaran cosas extrañas sobre mí o que quizás no las sentía sinceras.
Finalmente, Igor me explicó que no todos nacemos con una felicidad innata. Que hay personas a quienes les cuesta un poco más. Me explicó que en gran parte nos definimos por las cosas que más nos gustan y que debemos apalancarnos en ellas para que nos guíen en la elección de amistades, parejas, trabajos, etc., para así crear una felicidad más fluida y sistemática. Continuó explicándome que las cosas que más nos gustan nos generan placer, que este placer es una intervención en nuestra química cerebral y que era mi trabajo mantener el flujo de esa buena química. Parece sencillo, pero creo que esa fue la primera vez en la vida que realmente entendí lo que se quiere decir con esas frases que hablan sobre la felicidad como “un trabajo interno”. Es propio de las tendencias depresivas querer privarnos de las cosas geniales de la vida. Sin embargo, tenemos felicidad adentro, y en cualquier momento la podemos activar. Solo falta tu lista de cosas geniales. ¡Manos a la obra!
*Stephanie Byrd es MBA con más de 10 años de experiencia en Marketing Digital y Ventas Corporativas. Emprendedora de Bienestar y Iniciativas Filantrópicas.