En Barcelona irritaba la ligereza con que la televisión abordaba el tema. El virus era el pretexto para chistes idiotas y banalización de la epidemia.
En Barcelona irritaba la ligereza con que la televisión abordaba el tema. El virus era el pretexto para chistes idiotas y banalización de la epidemia.
Jaime Bedoya

Vengo del futuro y este no pinta bien. Estuve dos semanas en y fui testigo de lo que recién empieza a manifestarse acá. Por esos días aún Italia no había cerrado fronteras, Madrid seguía siendo capital de la juerga insomne y el mundo tenía como única pandemia la Tusa de Karol G. En el hemisferio sur el coletazo del verano prometía recuerdos felices antes del invierno. Ya no tanto.

Lo cierto es que algo de ventaja relativa tenemos: El clima y el tiempo. El calor que le reclamamos al calentamiento global si bien no detendrá por lo menos aletargará la propagación un rato. Si a este factor ambiental le agregamos lo que ya hemos visto suceder en los países del hemisferio norte, alguien nos está dejando una valiosa lección en las narices. Abramos los ojos. Lo que no hay que hacer está sucediendo frente a nosotros:

Ningunear el : En Barcelona irritaba la ligereza con que la televisión abordaba el tema. El virus era el pretexto para chistes idiotas y banalización de la epidemia. Los organizadores de un evento mundial cancelado, ofuscados hasta lo irracional, alegaban un sofisma repetido: peor es la influenza, el cáncer y hasta el tráfico porque matan más. Ese mismo argumento lo recirculaba parte de la militancia feminista: el feminicidio mata mas que el Coronavirus. Hay que entender que esta situación no es optativa. No se trata de o influenza o Coronavirus. Es todo junto a la vez: influenza, cáncer, feminicidio y ahora Coronavirus. No sumemos la estupidez.

No ver la crisis hospitalaria. Su contagio es violento y no existe vacuna. Mientras alegaban que no mataba mucho no veían que la gran crisis inmediata que ocasionaría este virus era la hospitalaria. No hay personal ni insumos suficientes para la velocidad de su propagación. Si Madrid, primer mundo, ya está sobrepasado, imaginemos lo que sucederá en Perú. Se está recomendando lavarse las manos a millones de peruanos que no tienen agua. Médicos y enfermeras están en estos momentos tan solos como Grau a bordo del Huáscar. Puro valor.

Descartar a los mayores. La cantaleta de que este virus solo es de riesgo mortal para los ancianos se convirtió en consuelo idiota para los más jóvenes. Si a alguien le sobra un abuelo o una madre para desechar es porque nunca mereció tenerlos.

Entrar en pánico. Empezó con las mascarillas, siguió con el gel, derivó en el papel higiénico, el paracetamol y la vitamina C. Que siguen, ¿los curitas? ¿los supositorios? Los supermercados peruanos están asolados por señoras que llegan en 4x4s para comprar papel higiénico para la digestión de dos años.

Ese gel que te sobra será el que le falte a la mano que te contagie. Esa máscara que acumulas es la que necesitará la enfermera que te atienda.

Más distancia que nunca. Un hombre sabio como Marco Aurelio Denegri advertía que el tiempo continuo máximo que se puede soportar a otra persona oscila entre las 2 a 3 horas. Pongamos esto en acción sanitaria.

La distancia social – evitar aglomeraciones, los grupos, y el estar tonteando en manada- aminora el riesgo de contagio. Es una medida ya comprobada en el resto del mundo y la razón de las bien tomadas acciones en el Perú, que deberían extenderse a pesar de los lloriqueos habituales. España e Italia lo hicieron demasiado tarde y ahora lo sufren.

Esta necesaria imposición de distancia social de paso tal vez nos enseñe algo de higiene. Se han tenido que infectar mas de 120,000 personas en el mundo para recordar que no se puede estornudarle en la cara a los demás.

El invierno se acerca. Ahí se acaba el tiempo. Pero algo podemos hacer ahora: Mantener la calma, acatar sin engreimientos las medidas de prevención y no abandonar la sensatez.

VIDEO RECOMENDADO

TE PUEDE INTERESAR

Contenido Sugerido

Contenido GEC