Apenas el animador consultó si alguno de los padres presentes estaba dispuesto a nadar unos minutos con Calipso, supe que su mirada tarde o temprano apuntaría en mi dirección. Debí intuirlo por la mañana, cuando mi esposa e hija anunciaron que, de venir al acuario, de ninguna manera se perderían la mayor atracción: la versión humana de La Sirenita. Y en primera fila. ¿Pude escapar? Sí, podría haberme quedado dando vueltas, no sé, por el tanque de tiburones oceánicos, la piscina de anguilas eléctricas o la exhibición de medusas del Mediterráneo, pero las acompañé impulsado por una curiosidad paternal que ahora estaba a punto de pasarme factura.
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