Nadie es solamente un individuo. Cada uno es la fusión de las distintas personas que ha sido durante su vida. Eso lo sabe bien Mike Tyson. Lo entiende, lo acepta y le ayuda a explicarse una serie de cosas. Por ejemplo, que en el inicio todo fue rencor.
De niño, no conoció a su padre biológico; padeció por su ceceo las burlas de sus compañeros de escuela; y subsistió, a duras penas, la falta de alimento. Mamá desaparecía seguido y él tenía que robar casas para comer. Le costó, con solo diez años, metabolizar que él era el perro más perro de toda la jauría. Una especie de infierno que azuzaba sus propias llamas a golpes; un niño rumiante de odios envejecido por su propia infancia; un sobreviviente. Ese fue el “primer” Mike Tyson.
El segundo, emergió con la llegada de Cus D´amato. “El viejo Cus” supo transformar al potencial reo, a quien habían arrestado 30 veces antes de cumplir los 13, en un deportista notable. El maestro cobijó al aprendiz, lo insertó en su familia, y compartió con él la ciencia del boxeo. Tyson, adolescente aun, reaccionó con obediencia al afecto desconocido; se enamoró de su profesión y empezó a florecer como ser humano. Entre los 16 y los 20, el hijo-pupilo de D Ámato, se convirtió en una poderosa “máquina de aniquilamiento”. No solo poseía un hogar ahora, sino que también tenía un propósito: convertirse en el campeón del mundo más joven de los pesos pesados de la historia. Ese, el segundo Tyson, era paradójicamente un muchacho agresivo, tímido y feliz.
El tercer Tyson se presentó al mundo destrozando a Trevor Brebick para cumplir la profecía de su mentor. Pocos meses antes “El viejo Cus” había fallecido y Mike quería ofrecerle a su memoria el título del mundo.
La pelea, premonitoriamente, se denominó el “Día del Juicio Final”, y vaya que, si lo fue para Berbick, el monarca reinante. Esa noche, pese a los antibióticos que le inyectaron para combatir la Gonorrea adquirida unas semanas atrás, el volcánico Tyson, se convirtió en el púgil más temido del planeta. Después de aquella paliza, y por los próximos cuatro años Mike, ya sin la brújula de D´Amato, se embriagó con el lujo que compra el dinero, pero también con la miseria humana.
En esa época el campeón de peso completo siempre estuvo rodeado, y sin embargo nunca se sintió más solo. Todos querían disfrutar de la porción económica adquirida por el rey del nocaut. Don King, sinuosamente lo embaucó con sus contratos. Lo mismo hizo la hermosa actriz Robin Givens, quien lo desposó para quedarse con la mitad de sus ganancias. Ese divorcio fue el golpe que lo dejó tambaleando para que, a continuación, en su regreso al entarimado, “Buster” Douglas con un “upper cut” completara la tarea.
El cuarto Tyson es el de la redención. Tras expiar demonios mordiendo orejas y pasando un tiempo en la cárcel por una violación de la que se jura inocente, Mike empezó un largo camino hacia mismo. Meditación y purga de “amigos” innecesarios lo acercaron a la estabilidad emocional. La bancarrota ayudó convenientemente a advertirle quienes estaban de su lado. Se volvió a casar, actuó en una película cómica, encontró paulatinamente la paz.
El quinto Tyson es, sin duda, el más doloroso. Nada sacude tanto en la vida como la pérdida de un hijo. El accidente del 2009 de Exodus, su pequeña niña de cuatro años, fue el “mazazo” que terminó por quebrar al mastodonte. Tyson enlutado pasó algunos meses alcoholizándose para luego, poco a poco, compartir públicamente sus experiencias. Prometió dejar de ser adicto al caos. Quería reinventarse.
El sexto Tyson es el de hoy. El hombre que, en retrospectiva, tiene el suficiente aplomo para burlarse de sí mismo y tomarse, a través de su estupendo libro convertido en monólogo teatral, la vida como lo que es: un gran guiño del destino. En “La Indiscutida Verdad” su autobiografía”, mitad en broma mitad en serio, Mike Tyson, el todavía campeón más joven de la historia de los pesados, afirma sin pudores que “es milagroso que haya llegado vivo a los 50, porque fue viejo demasiado pronto y listo demasiado tarde”.