A diferencia de otras caletas de pescadores del litoral peruano, en Pucusana no se ha detenido el tiempo: en los últimos años ha experimentado una vertiginosa expansión inmobiliaria que se evidencia en las mansiones, edificios, casas de material noble y terrenos en venta que conviven en todo el distrito. Aún conserva la belleza y el encanto propios de un puerto pintoresco, a pesar del centenar de embarcaciones amontonadas muy cerca de la playa, algunas dedicadas a la pesca informal, que imposibilitan observar un horizonte limpio desde el malecón.
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En medio de esa atmósfera, este balneario, ubicado a 59 kilómetros al sur de Lima, posee un tesoro que, como en las películas de piratas, se encuentra en las profundidades del mar. No se trata de un baúl con joyas o piedras preciosas, sino de un importante yacimiento de diversidad biológica, que todos podemos descubrir.
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Al fondeo del océano
Para conocer el ecosistema de los peces, moluscos y demás especies que habitan en esta zona hay que hacer una inmersión submarina. Pacific Divers, con sede en Pucusana, es una empresa que cuenta con buzos expertos que nos acompañarán durante la experiencia. El único requisito para nuestra primera clase de buceo es saber nadar y no tener alguna dolencia o antecedente de enfermedad cardiorrespiratoria.
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Lo primero que hay que entender es cómo funciona un equipo básico de buceo. Wilfredo Maneiro, buzo y biólogo marino, hace un repaso de los elementos que vamos a llevar: un wetsuit, snorkel, máscara submarina, aletas, guantes, tanque de oxígeno y chaleco para bucear. “El tanque cuenta con aire comprimido (21% oxígeno y 78% nitrógeno) que nos permitirá respirar debajo del mar, a través de una manguera que conecta con nuestra boca y un regulador que sirve calibrar el flujo de aire”, explica el especialista.
Dicho eso, nos dirigimos al puerto ya enfundados en nuestro traje de buceo para zarpar hacia El Chuncho, el lugar donde haremos la inmersión. Este se encuentra a siete minutos de viaje en lancha desde la costa, cerca de la isla de Pucusana. “Por su geografía, esta zona es ideal para la práctica de buceo, tanto para expertos y principiantes. El mar es tranquilo debido a que la isla evita que lleguen olas de gran tamaño, lo que genera las condiciones propicias”, comenta Michael Epstein, CEO de Pacific Divers.
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El capitán de la embarcación estaciona y nos enseñan cómo es que vamos a ingresar al mar. Nos colocamos las aletas, nos ubicamos al borde del estribor y con una mano sostenemos la máscara de buceo para que no se suelte. Hacemos un cuento regresivo -tres, dos, uno- y nos dejamos caer hacia atrás. El chaleco, previamente inflado, nos ayuda a flotar con los casi 20 kilos que pesa el tanque de oxígeno.
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A todo momento nos acompaña Wilfredo, quien poco a poco nos enseña a respirar debajo de la superficie: la inhalación debe ser pausada y la exhalación profunda. Antes de descender, debemos destapar el aire de nuestros oídos, sonándonos la nariz, para evitar la presión del agua. Cuando estamos listos, sueltan un latiguillo del chaleco que lo desinfla y nos hundimos en el océano.
El reino de Poseidón
Abajo es otro mundo. En un primer momento nos topamos con un bosque de kelp, un ecosistema marino formado por algas que son fuente de alimento para muchas especies de invertebrados y peces, además de servir de refugio para otros organismos. El mar luce de un color verde esmeralda, como en El Caribe, lo que nos permite ver con claridad. Le indico a Wilfredo que todo está bien con el pulgar arriba y seguimos con la travesía. Más allá nos encontramos con un cardumen de jureles, calamares, pulpos y otras especies que no logramos identificar. Eso sí, se mira pero no se toca.
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Mientras buceo en Pucusana, es inevitable pensar que a solo 70 kilómetros de este punto, en Ventanilla, hace poco más de un mes, ocurrió un derrame de petróleo de consecuencias catastróficas para la vida marina. De acuerdo con el Ministerio del Ambiente, en la costa peruana habitan casi mil especies de moluscos y crustáceos y 2 mil especies de peces (que representan el 10% del total mundial), que pueden verse seriamente afectados ante la negligente mano del hombre.
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La inmersión dura aproximadamente 15 minutos, a casi cuatro metros de profundidad. Regresamos a la superficie con cuidado y mi sensación es la de haber corrido una maratón. Subimos a la embarcación y, antes de regresar al puerto, nos damos una vuelta por la isla y pasamos por una guarida de lobos marinos que chapotean y toman el sol sobre las rocas, disfrutando plácidamente del lugar.
Ya en tierra, de vuelta a la realidad, aunque algo mareados, la inmediata sensación que nos embarga es la de querer regresar al mar. //
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