Ocuparon un lugar especial en la antigua sociedad egipcia, pero con el pasar del tiempo perdieron su estatus de divinidad y fueron relegados —salvo suertudas excepciones— a cazar ratones en las cocinas. El siglo XXI, sin embargo, los volvió a hacer soberanos de la humanidad entera, aumentando con creces la devoción que los egipcios les profesaron. Hoy, son los reyes y reinas indiscutibles de los hogares en los que viven, de los humanos que los acogen y de los memes que nos alegran la vida.
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Mi madre ve con terror las fotos que subo a mis redes sociales abrazando a mis gatos, en la cama, viendo televisión. “¡Cómo se te ocurre subir a los animales a tu cama!”, me repite con indignación. No la culpo, ella es de una generación que creció convencida de que el común de los gatos, caseros o no, vivían en los techos, que peleaban con otros gatos, que debían cazar ratones y mantener sus pulgas [sic] lejos de las pulcrísimas sábanas de las habitaciones. Le cuesta entender que Leónidas (9) y Petisia (13), mis felinas adoraciones, son limpios, no salen del departamento, están esterilizados, usan dignamente su caja de arena para hacer sus necesidades y nos reclaman, a mí y a mi roommate, cuando no cambiamos la arena a tiempo. Menos entiende que los domingos de visita familiar debo regresar a casa antes de las 6 para darles a los niños su Fancy Feast y añadirle a Petisia en el potaje una pastilla para la presión alta. “¿Cómo los gatos van a tener presión alta?”, me repite cuando se lo recuerdo.
La vida secreta de los gatos
La cultura de crianza del gato en nuestro país ha cambiado para bien. Para restablecer su soberanía en el mundo, como decía. Un estudio realizado por la consultora Kantar Latinoamérica a fines de 2019 reveló que el 49% de hogares peruanos cuenta con una mascota. Para entonces, aunque los perros aún eran los preferidos, la tenencia de gatos tenía el mayor índice de crecimiento: 59% frente al 30% del aumento de la tenencia de perros.
Aunque no hay cifras actualizadas tras la pandemia, todo apunta a que continúa la tendencia. Si no, que lo diga Manuel Gold, el actor que se enamoró perdidamente, en plena pandemia, de la que hora es la reina indiscutible de su hogar: Samus, una gatita de cinco años y medio a la que le falta un ojo pero le sobra capacidad de amar. ¿Por qué adoptar una gatita adulta que, además, padece de sida felino? “¿Y por qué no hacerlo?”, responde el actor. “No solo los recién nacidos necesitan ser adoptados. Son muchos los gatos adultos que necesitan hogar. Si tengo las posibilidades, ¿por qué no hacerlo?”, dice.
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Y menciona así un tema que no puede ser ajeno al asumir la responsabilidad de integrar un gato o un perro a la familia. Un solo gato sano en casa demanda un gasto mensual de, por lo menos, 100 soles. Esto cubre solo lo básico: arena, comida seca y alguna croqueta extra. Tener más de uno aumenta el presupuesto. Y si se le añade comida húmeda, rascadores y otros juguetes de reposición frecuente, es mejor tener un presupuesto aparte para ello. Ni qué decir si se enferman o sufren de algún mal congénito.
Esto no es un disuasivo para tener gatos. Se puede ser feliz conviviendo con ellos con poco presupuesto, siempre y cuando seamos responsables.
Esta responsabilidad, finalmente, nace del amor. Así es como Melania Urbina llegó a tener cuatro gatos en casa: Nina, Olivia, Aura y Haru. Los cuatro rescatados de la calle, por supuesto. “Siempre me han gustado los animales, pero de niña tuve una perrita. Mi primer gato lo tuve hace unos 20 años. Son totalmente mi tipo: independientes y se adaptan a mi estilo de vida, a mis rutinas, no me necesitan todo el día a su lado, pero cuando estoy en casa están conmigo todo el tiempo. Cuando hago yoga, hacen yoga conmigo, por ejemplo”. Es verdad que han roto uno que otro florero, y han tratado de comerse alguna planta de las muchas que Melania cuida en casa, pero esto no significa ningún problema para ella. “Es cuestión de acomodarse. Es cierto que he tenido que ceder cosas de mi casa, como poner cobertores para que se afilen las uñas o retirar de su alcance plantas que pueden ser tóxicas para ellos, pero no es un gran sacrificio. Una vez que los adoptas, también es su casa”, dice.
Lucero Recalde, veterinaria especialista en gatos y fundadora del servicio de atención médica gatuna a domicilio Iris Medicina Veterinaria, explica que es la reducción de los espacios en las viviendas lo que ha hecho a los gatos las mascotas preferidas de quienes viven en las ciudades.
Esto ha implicado que se redescubra las bondades de los felinos como mascotas, además de la proliferación de tiendas especializadas en gatos, que ofrecen productos para cubrir tanto las necesidades básicas de los felinos como todos los engreimientos necesarios.
Es curioso cómo, a pesar del crecimiento de la demanda en atención especializada para los “gatijos”, no se ofrece en nuestro país —como cuenta la doctora Recalde— una especialización académica para los profesionales veterinarios que quieran dedicarse a ellos. “En la universidad estudiamos de manera muy superficial a los gatos. Si queremos hacer una especialización tenemos que apuntar a Argentina o a la Unión Europea”, añade.
No podemos cerrar este especial sin contar la historia de Carmen McEvoy: “A nuestra primera gata la encontramos en el bosque. Era verano y la escuchamos llorar de hambre. Le acercamos un plato de leche con pan y a partir de ese gesto amigable empezó a visitarnos. Pronto la acogimos, llegó a un hogar con dos perros y se adaptó perfectamente. A nuestra segunda gata la conocí una noche de invierno, en que intentaba entrar por comida a un restaurante. “¿Quieres venirte conmigo?”, le dije, y me miró como asintiendo. Hasta ahora pienso que fue un amor a primera vista que continuará hasta que la muerte nos separe. La bauticé con el nombre de Flora, en honor a la autora de Peregrinaciones de una paria. Ahora tiene 20 años y viajó conmigo a Irlanda cuando abrí la embajada en la Isla Esmeralda. Recuerdo que durante el larguísimo vuelo a Dublín, abrí un poco la bolsa donde la llevaba, para que no se aburriera, y me quedé dormida. Me despertó el grito de un pasajero: “Hay un gato camino al baño, ¿dónde está su dueño?”. Ahora está esperándome en La Punta. Cierro los ojos y veo a Maple, Dodo y Rabito, adoptados en medio del covid, y vuelvo a esa felicidad sencilla, no aquilatada, en su verdadera dimensión. “Hasta que uno no ha amado un animal, una parte del alma sigue sin despertar”, dijo alguna vez Anatole France, y pienso en el cariño que recibimos a raudales de los nuestros, en especial del pequeñín Rabito, salvado por Enrique cuando tiritaba en medio de una tormenta de nieve y ahora juega con Maple y Dodo en la soleada California. Cuando Enrique se enfermó, viajamos allá en busca de tratamiento y nuestros gatos nos acompañaron y nos llenaron de alegría en medio de una serie de dificultades. Al fallecer Enrique, Dodo, que era su preferido, se sentó a sus pies hasta la despedida final. Ahora los tres están a mi lado, con su sabio y cariñoso silencio, mientras escribo estas líneas celebrando su amor infinito y su invalorable compañía”.
Si en algo coinciden los entrevistados es que el amor por un gato no es gratuito. Ellos se lo ganan día a día con sus travesuras, su amor, su fidelidad y sus ronroneos. Lo digo mientras Petisia duerme sobre mi regazo. No me puedo levantar. No tengo corazón para despertarla.
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