La triada robot-humano-insecto en interpela constantemente al espectador de esta notable película de Aldo Salvini, que ojalá se quede mucho tiempo más en cartelera. El humano es una anciana desvalida, golpeada por una pérdida de la que no logrará restituirse. Ella vive en la miseria, cargando costales de papas en un mercado (símbolo del peso existencial que lleva a cuestas) y tratando de sobrevivir en los márgenes de una Lima regida por una indolencia tan crónica que ya se ha vuelto atmosférica.

Al ver a nuestra protagonista atormentada por sus pesadillas (entra y sale de ellas como por un túnel), es fácil suponer el deterioro de su salud mental; sin embargo, hay elementos tan persuasivos en el mundo de sus alucinaciones que nos llevan a cuestionar dónde se encuentra uno más a salvo: si en la violencia inhóspita de la realidad o en la lucidez curativa de la ficción.

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El robot es Yawarbot, un androide mezcla de Robocop, Ultrasiete y Ultramán. Primero lo vemos derrotar monstruos en la pantalla de un televisor para luego, en momentos clave, surgir como un bálsamo de la imaginación de la anciana. No es un justiciero estrictamente hablando (su presencia en la sociedad pasa tan desapercibida como la de la mujer que lo invoca), sino una especie de ángel de la guarda futurista que auxilia a la anciana en su intento por sobrellevar el presente y corregir el pasado (estupenda la escena final del cementerio). Ambos son, literal y no tan explícitamente, dos juguetes rotos. Es interesante ver cómo aquí el elemento fantástico, lejos de poner en aprietos la verosimilitud de la historia, la potencia: en una ciudad tan marciana como la Lima del siglo XXI, es posible que hasta un androide encarne la soledad más palmaria.

El insecto es una hormiga que la protagonista convierte en mascota: la traslada a todas partes en un pomo de cristal con reminiscencias uterinas, vigila de cerca sus evoluciones a través de una lupa, la sobrealimenta con baños de azúcar, fabrica para ella un jardín-paraíso (acaso el reino al que ella no pudo acceder), la rescata del peligro que representan los humanos y las ratas. Esa sobredosis de atenciones, paradójicamente, le deparará al insecto un final trágico; el exceso de amor puede ser tan funesto como su total ausencia. Pero la hormiga, antes que personaje, es alegoría: su presencia remite al hormiguero, que es toda capital sobrepoblada, y al esfuerzo por surgir de la gente de a pie, solo comparable con la laboriosidad de las hormigas (también a la falta de recompensas que oscurecen el devenir, tiñéndolo del incierto pero pálido ‘color de hormiga’). La propia anciana, gracias a esas espectaculares tomas cenitales donde la vemos discurrir por las grandes arterias de la metrópoli, se transforma kafkianamente en un bicho idéntico al que busca domesticar.

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Trazar una fábula urbana psicodélica como El corazón de la luna comporta un saludable gesto de desafío en un medio saturado de propuestas comerciales sin contrapeso. Aldo Salvini ha retratado con acierto y sensibilidad algunas de las grandes orfandades colectivas que acarreamos (a propósito del conjunto de su obra, el crítico Carlos Esquives señala: “Los desadaptados o apartados sociales son para el director un puente para reconocer el rostro oculto de un contexto carente de empatía o percepción hacia aquellos que concentran una riqueza humana, o al menos una pauta para comprender los problemas sociales dominantes”).

Esa preocupación reiterativa ha encontrado esta vez su mejor socio en el talento de Haydeé Cáceres, una actriz que despliega sus vastos recursos dramáticos para sumirnos en el dolor de su silencio, el terror de sus delirios, las repentinas victorias de su poquita fe, y en emociones aún más hondas, más difíciles de nombrar.

Sumados a esos logros, la banda sonora, fotografía y dirección de arte explican por qué la cinta es la precandidata peruana a los Óscar. Más allá de si llegue o no a ser nominada, la única forma que tenemos de premiarla es con una asistencia masiva a las salas donde la película se proyecta. Y no vayan a verla porque es peruana, sino porque sencillamente es excelente. //

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