Sentada en la vieja tribuna de madera del estadio Lolo Fernández de Breña, Marina Quiñe Fernández se emociona al ver a su abuelo en todas partes, inmortalizado: en un busto a la entrada, en un enorme mural, o en la camiseta de algún trabajador del club Universitario de Deportes. Pero Marina también lo puede observar en los niños de las divisiones menores que esta mañana entrenan y a la vez sueñan con seguir haciendo grande al equipo fundado por un grupo de estudiantes universitarios hace casi un siglo. Tal y como lo hizo el máximo ídolo crema en las décadas del 30,40 y 50, esos años maravillosos en que los peruanos empezamos a descubrir el amor por el fútbol.
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