
Una pasión incontrolable por la música obligaba al niño Óscar Avilés a desafiar la voluntad paterna y esconderse en el armario de su casa para tocar la guitarra. El instrumento maldito, a decir de su progenitor, lo distraía de los estudios. Pero la música lo era todo y ahí estaba el pequeño, doblado y tocando bajito en el clóset, hasta que lo descubrieron. Su padre quedó conmovido y, a sugerencia de amigos, reculó: le terminó pagando clases en el Conservatorio y con maestros de guitarra. El resto, como se dice en estos casos, es historia.
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