Yo tuve algunas Barbie de pequeña. Tal vez dos o tres. A fines de los años 80, comprar una requería del desembolso de una buena suma de dinero, y mis padres, con la crisis que aplastaba el Perú por aquella época, no podían permitírselo. Una de ellas, la Western Fun de 1989, sobrevivió al paso de los años conservada en su caja hasta hace no mucho, cuando decidí heredársela a mi hija de cuatro años y medio en medio del tedio de la pandemia. Y ahí está en su habitación, cumpliendo nuevamente su función 31 años después, y compartiendo canasta con una muñeca de La Mujer Maravilla que tiene el rostro de Gal Gadot, unas cinco LOL y una Elsa a la que mi niña le ha hecho un libre balayage con témperas de colores. Ella, mi primogénita, sabe empero que a la Barbie vaquera no se la puede ‘intervenir’. A esa hay que cuidarla y darle cariño porque fue la última que el abuelo Elí le compró con mucho esfuerzo a mamá. Es nuestra Barbie. La de su infancia y la mía.
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Como inteligencia y nobleza le sobran, así lo ha entendido y procedido. Esa muñeca soy yo de nueve años; mi papá comprándola en el centro de Lima; tardes de juego en la azotea de mi amiga en San Borja; la compañía a la que abrazaba fuerte cuando temía dormir por si se aparecía Freddy Krueger. Es la nostalgia. La inocencia. La vida sencilla. La que ha inspirado sensaciones y sentimientos comunes que, sin quererlo o saberlo hasta ahora, comparto con las cientos de clientes de Lucía Ulloa, una técnica farmaceutica de 36 años que, paralelamente a su trabajo diurno, se dedica hace un año a escrudiñar y conseguir Barbies fabricadas solo en la segunda mitad del siglo XX, lo que hoy califican ya como de colección.
“Tras darme el nombre y el año de fabricación de la Barbie que buscan, casi todas me dicen lo mismo. Que las quieren porque eran sus favoritas de niñas o porque nunca pudieron tenerlas dado lo caras que eran. Me agradecen porque ahora tienen en casa, en el 2020, lo que antes solo podían mirar en viejas fotos impresas o por comerciales de televisión”, narra Lucía quien, como no podía ser de otra forma, tiene su propio tesoro vintage. La pieza más antigua que ostenta: una Barbie Ponytail #4, la cuarta que salió al mercado, allá por 1960.
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La colección de Barbie de Lucía Ulloa
Fue su hermana, sin embargo, quien creó en el 2017 la cuenta en Facebook que ahora ella administra: Juguetería Barbie Toy Feliz Perú. Lucía la relevó el año pasado ocupándose también del trabajo de buscar y traer los pedidos a nuestro país. “Empecé a tener Barbies de chiquita, hasta me las compraba ahorrando mis propinas, pero en la adolescencia me fui olvidando. La puse todas en una caja que abrí con vehemencia en el 2010. Surgió en mí el gusto por comprarlas y venderlas. Así hasta hoy”, aclara.
Lucía afirma que tiene un promedio de 10 muñecas de cada década en su colección –dato importante: la primera Barbie fue puesta a la venta en los Estados Unidos en 1959-. Sin embargo, son las que fueron fabricadas en los 90 las que más atesora, de las que más sabe y las que más vende. “Así, a mamás jóvenes como tú. Ustedes son mi público”. Su preferida es una sencilla, pero icónica: la All American de 1991, la misma que se vendió en Perú con la patente de Basa.
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“La que más me piden, y que además ha sido la más vendida en los 90, es la Barbie Totally Hair. Como son ya de colección, algunas pueden costar hasta 400 soles. Pero, en general, el precio de las muñecas va desde los 120 soles. Influye mucho en el costo el modelo, la antigüedad y la dificultad en hallarla”, recalca Lucía.
Además de las Barbie, la emprendedora también compra y vende muñecas de la marca estadounidense Integrity Toys, destinada a coleccionistas adultos. Ahora mismo tiene una línea inspirada en los dibujos animados “Jem and the holograms”, aquellos que daban a fines de los 80 en canal 2. “Quien de nuestra generación no veía esa serie… Me piden mucho las ‘Jem’… En verdad, me gusta lo que hago… De eso se trata, finalmente, de ayudar a cumplir sueños de infancia. Qué mejor regalo que ese”, culmina Lucía. //
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