Hace ocho meses, en la cruda cuarentena, miles de peruanos salían por sus ventanas, balcones o terrazas para aplaudir, gritar frases de aliento o cantar a todo pulmón Contigo Perú. El ritual que se repetía cada noche a las 8 se prolongó como un cántico de las calles desde el 9 de noviembre, en que la crisis política estalló. El ‘cacerolazo’ –el acto de golpear cacerolas, ollas u otros utensilios domésticos– se convirtió en una forma de protesta ciudadana, y llegó para quedarse. “El gesto del cacerolazo es muy popular porque es hacer ruido y reemplaza a la idea de tener una voz, es casi como un grito para que nos escuchen. Hacer ruido como forma de protesta es tan antiguo como el ser humano”, explica el historiador Jesús Cosamalón, director de la maestría en Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Los registros más antiguos de este gesto se remontan a la década de 1830 en Francia, en los inicios de la Monarquía de Julio. Cuentan los escritos del historiador Emmanuel Fureix que los ciudadanos usaron el charivari (costumbre folklórica francesa en la que la golpean ollas o latas en el hogar de recién casados) para protestar contra el régimen de Luis Felipe I.
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