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En noviembre del 2020 fue elegida por la BBC entre las cien mujeres más inspiradoras del mundo y, sin embargo, en el ámbito científico internacional causó mucha preocupación la noticia de que estaba amenazada de muerte por una familia de invasores de tierras. Entonces se supo que la ‘Dama de Caral’, como es cariñosamente llamada, carecía de una mínima protección policial, que las autoridades de Supe tenían otras prioridades antes que resguardar la integridad de un sitio que forma parte de la Lista de Patrimonio Mundial de Unesco.
El llamado que Ruth Shady Solis (Callao, 1946) hizo a fines del año pasado fue atendido por los ministros de Cultura e Interior del actual gobierno y hoy Caral ha vuelto a contar con dos policías que se alternan día y noche. Pese a ello, los invasores no se han ido.
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Ruth Shady recuerda que durante la época en que se sintió más amenazada dormía en Caral –a unos 140 kilómetros al norte de Lima– con tablas en las ventanas de su dormitorio. O cambiaba de lugar la cama por precaución y se hacía acompañar por su perro guardián llamado Chuco. La habían amenazado con que la enterrarían dos metros bajo de tierra. ¿Quién? Pues la misma familia de invasores que primero se acercó para ayudar con las labores en el sitio arqueológico y que luego fue apropiándose de cada vez más terrenos. Es una familia que está segura que recibe ayuda de personas con dinero y fines mercantilistas. Y es que los terrenos en el valle han quintuplicado su valor desde que la científica dio a conocer al mundo la extraordinaria cultura que tuvo aquí su epicentro. “Una hectárea ahora llega a costar 50 mil dólares”, señala.
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Les ha ganado todos los juicios posibles, en todas las instancias, porque Caral y las zonas arqueológicas del valle figuran en registros públicos como Patrimonio de la Nación. Y, sin embargo, hasta ahora, asegura, nadie desaloja a estos invasores y traficantes de terrenos, los mismos que en mayo del 2011 tuvieron la osadía de pasear un féretro con su nombre.
Desde que empezó la pandemia, ella no ha regresado a la ciudad más antigua de América. Dirige todo desde su casa en La Molina, e incluso continúa con las investigaciones para determinar cómo empezó a gestarse una civilización que integró sabidurías de diverso tipo. Siente que el trabajo es mayor pero que vale la pena.
Le han contado que el perro Chuco no quiere comer y la extraña. Pero ella no ha querido que lo lleven a Lima porque tiene miedo de que no se acostumbre a vivir entre cuatro paredes. El reencuentro tendrá que esperar.
UNA CARRERA DE ‘HOMBRES’
Ruth Shady es tan disciplinada en pos de las metas, que quiere ganarse tercamente una fama de mujer inquebrantable y dura. Cuando era joven, su mamá –una mujer conservadora del pueblo de Pacarán, cerca de Lunahuaná– le dijo que no estudie Arqueología porque no encontraría trabajo en una profesión de hombres. Ella le dio el gusto, pero también se salió con la suya. Por las mañanas estudió Arqueología y Antropología; por las noches, pedagogía; y por las tardes, inglés. Con dicho idioma pudo tener acceso a la bibliografía sobre la historia y arqueología peruana escrita en lengua extranjera.
Antes de ser la ‘Dama de Caral’, ella trabajó en varios lugares del país: Cajamarca, Huaura, Ancón, etc. “Me fui a trabajar a Chota, a Pacopampa, motivada por el profesor Pablo Macera. Recuerdo que no había carrtera adecuada para llegar. Teníamos que viajar a caballo”. Hace poco la llamaron desde Bagua para decirle que habían bautizado al museo de la ciudad con su nombre. “No voy 20 años por allá, pero la gente siempre me recuerda”.
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Ruth Shady puede hablar dos horas seguidas, y casi sin respirar, sobre la civilización Caral y los avances que logró en tecnología antisísmica y eólica, y cómo pudo establecer lazos con la Amazonía y los territorios que hoy son Ecuador, Bolivia y Chile, a pesar de la barrera del idioma. Y también sobre el respeto que tuvo al género femenino y que las ciudades de entonces no necesitaron murallas ni armas ni ejércitos. Puede hablar de todo eso con fluidez encantadora. Pero si uno le hace una pregunta personal, la enfrenta con rudeza thatcheriana.
Seguramente la misma frialdad con que enfrentó algunas escenas de acoso que sufrió de joven. Una chica que jamás acudía a fiestas porque prefería leer o usar su tiempo como voluntaria en proyectos arqueológicos, siempre supo encarar las situaciones adversas. “A las personas les decía cómo debían actuar y que si continuaban sin respeto les iba a ir mal a ellos. No hubo mayores situaciones porque se daban cuenta de que yo era una persona con carácter”.
¿En qué momento dijo basta de estudios, voy a formar una familia?
Yo me casé con un arqueólogo porque comprendí que de ese modo entendería que mi trabajo requiere mucha dedicación. Hay que estar saliendo al campo, trabajar en la materialidad de una historia que no está escrita. Entonces he tenido una familia con responsabilidad. He logrado que mis dos hijos sean profesionales, estoy orgullosa de ellos.
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Si no continuó en Bagua y empezó su trabajo en Caral, fue porque su familia le pidió que buscara un lugar más cercano a Lima. Allí empezó un trabajo que ha cambiado la historia de América y, por supuesto, del Perú. Desenterró una ciudad monumental compuesta por pirámides y anfiteatros. Pero no solo se quedó en lo material. Su trabajo se orientó también a que los niños y jóvenes del valle se llenaran de orgullo por una civilización que demuestra que tenemos la capacidad humana de desarrollar proezas como las más antiguas culturas del mundo lo hicieron.
La niña que se enamoró del país a través de la mirada de su padre checo y que escribía historias donde se imaginaba cómo eran las civilizaciones pretéritas del Perú antiguo, ha escrito como científica una historia que siempre vamos a querer escuchar porque nos da muchos mensajes de esperanza. //