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Mi madre preparaba las comidas para la gente acomodada. Siempre le decían: Señora, viene tal cumpleaños, vamos a tener tantos invitados, ¿qué se le ocurre a usted preparar? Y entonces mi madre respondía: Podemos hacer esto, podemos hacer esto otro, y entonces la señora de la casa, que entraba a la cocina muy de vez en cuando, le cedía todo el mando. Mi madre iba a cocinar y lo bueno para nosotros estaba al final, cuando terminaba la fiesta, ya que llegaba a casa con sus canastas, que contenían lo que no habían consumido los invitados por la abundancia.
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Así es como yo, una niña sin recursos, conocí el caviar, el salmón, las ostras y, en general, todos los mariscos y algunas carnes que nunca había visto en el mercado de la casa. Mi paladar sufrió ese embate contradictorio de apreciar lo que no podía consumir cotidianamente. Soy Susana, hija de la Carmen, que bailaba en las fiestas del callejón y a la que todos le hacían ruedo: ¡Cómo le hubiera gustado ser bailarina de tango!, ¡lo amaba!, o de rumba, ya que admiraba, en todo su glamour, a María Antonieta Pons.
Pero también soy la hija de la señora temible que, cuando decía lo que tenía que hacerse y no se hacía, levantaba el ruedo de su vestido, arrugaba el ceño y se marchaba. Carmen era la orgullosa mujer que no daba vuelta la cabeza para mirar atrás. Muchas veces se quedó sin trabajo por ese carácter altanero.
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Soy la hija de la Carmen, una mujer que se entretenía en el mercado oliendo frutas y verduras, la que con su fino tacto reconocía su madurez, la que se demoraba horas enteras con sus caseras escuchando historias y, seguro, haciendo fantasías con muchas de ellas.

En fin, estoy orgullosa de saber que soy la hija de la Carmen de la Colina, descendiente de una estirpe cañetana, los De la Colina, prima hermana de Lucila Chila de la Colina (mamá de Ronaldo Campos de la Colina), tía de Caitro Soto de la Colina, tía abuela de Pepe Vásquez, prima de la señora Benedicta de la Colina, nieta de Plácida de la Colina, pianista del órgano de la capilla de San Luis de Cañete y que preparaba, según la tradición de las señoras de coló, los mejores dulces de Cerro Azul.

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De mi madre asimilé casi todo lo que sé, las preguntas y respuestas que uno se hace con el tiempo al reconocer que el aprender siempre tiene una semilla fuerte y mayor. En mi caso, aprendí de mi madre a ser perseverante y una persona con anhelos de caminar por la vida, libre e independiente. Creo que de ella aprendí a amansar mis sueños y caminar con mis pies sobre la tierra. //
El libro reúne recuerdos de Susana Baca desde que era una niña, hija de una mujer que cocinaba para gente de mucho dinero; además de su paso por el arte, la política y el activismo contra el racismo y la discriminación.
El sábado 6 de agosto se presenta en la sala Blanca Valera de la FIL Lima, junto con Alonso Cueto. El libro estará disponible en la feria y luego en librerías del país.
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