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Papa en Madre de Dios
Nora Sugobono

Zarella (14) sumerge una de sus manos en el río. Solo lo suficiente para humedecer su cabello, recogerlo en una cola y refrescar, con el agua, su rostro y cuello. La hora y media de recorrido por el río Madre de Dios que separa su hogar en la comunidad nativa Santa Teresita, de Puerto Arturo, precario embarcadero desde donde parten, a veces, peque peques hacia las comunidades de la zona, está por concluir. Zarella volverá a casa, al menos por una mañana.

A Santa Teresita se accede subiendo una suerte de escalinata hecha con la misma tierra de los bordes del río. El verde pinta un paisaje que parece infinito. No existe la bulla. La comunidad, originaria de Sepahua, Ucayali, abandonó su territorio dos décadas atrás por las amenazas del terrosimo. Tras un paso por el Manú, el grupo se estableció a orillas del río Madre de Dios en las 75 hectáreas que hoy componen Santa Teresita. Allí viven más de cien personas. Todos son parientes.

El pasado julio fue la última vez que Zarella visitó a su madre y a sus hermanos. Tanto ella como Emily (15), su prima, asisten al internado católico Santa Cruz, en Puerto Maldonado. Zarella y Emily son yines, pueblo nativo –unas 7.000 personas, según datos del Ministerio de Cultura– repartido entre Cusco, Loreto, Ucayali y Madre de Dios. En el internado Santa Cruz, Zarella y Emily terminarán la secundaria. La primera quiere ser profesora. La segunda, doctora. 

Por las mismas aguas de aquel río, hace exactamente un siglo, un misionero dominico nacido en Asturias, España, había comenzado la evangelización de la impenetrable selva peruana. José Álvarez se adentró en las comunidades nativas de Madre de Dios aprendiendo a comunicarse en las lenguas originarias y luchando contra el monstruo cauchero que vivía –vive– en el recuerdo de cientos de pueblos indígenas. Hoy se estima que casi el 70% de las comunidades nativas de la región se identifican como católicas. Zarella y Emily celebran Navidad y han sido bautizadas, pero son –ante todo– yines.

Wilson Saavedra, tío de ambas y líder de la comunidad, será quien encabece la comitiva –unas 15 perso-nas– que representará a Santa Teresita en el encuentro con el Papa que tendrá lugar en Puerto Maldonado. “Nosotros somos católicos desde mis padres, casados por la Iglesia”, explica. Wilson no logra recordar si sus abuelos también lo fueron. Lo que sí sabe desde hace un mes es que tendrá la oportunidad de exponerle a la cabeza de la Iglesia y uno de los líderes espirituales más poderosos del mundo los problemas que aquejan a su región. 

“El Papa podría solucionar todo, conversando con las autoridades sobre la minería”, piensa Wilson. “Hay terceras personas que entran sin autorización a la comunidad, le dan un sencillo al líder sin que el resto sepa. Si tú los metes a trabajar, ellos nunca más van a salir”, sostiene sobre la situación en Madre de Dios. Su prin-cipal preocupación involucra a los más jóvenes: a ellos se los llevan con engaños a trabajar en la extracción de oro; a ellas, ofreciéndoles la oportunidad de estudiar o atender una casa para terminar en la prostitución. Mientras tanto, voluntarios de Caritas vienen dictando algunos talleres en Santa Teresita enfocados en los más pequeños. Los niños han dibujado al Papa en papelógrafos y saben decir su nombre: Francisco. No entienden bien de qué se trata, pero saben que algo pasa.

Dejad que los niños...
​Es tarea difícil, si no imposible, encontrar una calle que lleve un nombre indígena –o haga referencia a alguno– en Puerto Maldonado. Hace tiempo que el padre suizo Xavier Arbex de Morsier se dio cuenta de ello: lleva recorriendo la capital de Madre de Dios desde hace más de dos décadas, cuando fundó el albergue infantil El Principito, ubicado a unos minutos del centro de la ciudad. “En cambio, sí tenemos una avenida Fitzcarrald”, dice. Para el sacerdote, la llegada del Papa también obedece a un aspecto clave: la revalorización de estos pueblos empezando por quienes más importan. Ellos mismos. 

Aún no sabe con certeza las razones por las que han elegido su albergue. Lo único que Arbex puede hacer es imaginarlas. A El Principito llegan niños y adolescentes –algunos de ellos indígenas– víctimas del abandono o la violencia. Actualmente, hay 28 niños y 10 estudiantes. No existe el límite de edad: Pueden quedarse ahí todo el tiempo que deseen.  

No es ningún secreto para ellos –ni para los vecinos de la zona, quienes podrán acceder al recinto previa inscripción– que el papa Francisco estará en el mismo patio donde juegan fútbol cada día, en menos de dos semanas. La visita se dará en plena época de lluvias; algo que ya deben saber en el Vaticano. En El Principito, por si acaso, construirán un estrado techado para recibirlo. Cuando llueve en Puerto Maldonado –a veces algunas horas; otras solo unos minutos– siempre llueve bien.

Cerca de la entrada principal del albergue hay una jaula con dos conejos blancos. Una niña corre a cubrirlos ni bien empieza a gotear, un sábado al mediodía. “¿Qué pasa si llueve cuando venga Francisco?”, le pregunto. “Se moja el Papa”, contesta. 

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