Los fantásticos créditos iniciales de “Mindhunter” muestran un perturbador paralelo entre los dos ámbitos en que se mueve la serie: por un lado, los planos detalle de las grabadoras con las que se recogen testimonios de los asesinos; por el otro, vistazos fugaces de las víctimas de esos mismos asesinos. Imágenes marcadas por los tonos fríos, grises y metálicos, ya sean de una máquina magnetofónica o del lívido cadáver de una morgue.
La serie de Netflix es en primera cuenta eso: una atmósfera, un sueño etéreo. Pero luego lo inasible se trastoca en pesadilla palpable cuando emergen las sórdidas faenas de los homicidas seriales. Y la narrativa empieza a tomar forma por obra y gracia de David Fincher, un especialista en contar historias como pocos lo hacen. Por eso la segunda temporada de esta producción, estrenada hace solo unos días, supera por mucho a la primera, que ya tenía sus valores.
La supera porque, si en la primera entrega se narraba la dificultosa conformación de la Unidad de Análisis de Conducta del FBI, aquí el equipo de investigadores ya está plenamente instalado, listo para entregarse a la compleja tarea de ir escarbando en la psicología de sus alterados entrevistados. Y en esos interrogatorios están algunos de los mejores momentos de la serie: diálogos larguísimos, en secuencias de 10 o 15 minutos, que son una lección maestra de guion televisivo y un lujo para un formato tan ávido por la acción efímera.
A SANGRE FRÍA
Como cualquier ‘thriller’ policial, en “Mindhunter” también hay crímenes por resolver. Pero conviene no perder de vista que el propósito principal de la Unidad de Análisis de Conducta no es encontrar asesinos, sino configurar perfiles a partir de patrones de comportamiento. Por eso otro de sus valores es no enfocarse en la resolución clara y cerrada de los casos, sino más bien en sus incógnitas y dilemas.
Antes del estreno de la segunda temporada, se generó gran expectativa por la anunciada aparición de Charles Manson y la continuación del caso de Edmund Kemper. Pero ambos tienen un protagonismo más bien reducido en la trama. De mucho más interés resulta la ola de infanticidios en Atlanta –que además introduce en la serie el componente racial, muy ambiguo y conflictivo– o la tragedia privada que debe afrontar el agente Bill Tench (protagonizado por un Holt McCallany que encarna al mejor personaje de la serie, sin dudas).
También se pueden encontrar algunas objeciones. Por ejemplo, que la psicóloga Wendy Carr (Anna Torv) haya quedado apartada de los casos criminales para centrarla en un arco argumental sobre su relación amorosa. Una decisión que puede explicarse por el machismo imperante de la época (inicios de los 80), pero que aun así deja un sinsabor, al ceñir a un personaje de interés a una historia más cercana al melodrama telenovelero.
Pese a ello, son muchos más sus méritos. Para mencionar solos dos más: la inclusión en los episodios 4 y 5 de un director como Andrew Dominik (reconocido por películas como “Chopper”, “The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford” o “Killing Them Softly”); y la renovada confianza en la banda sonora de Jason Hill, aporte fundamental para el tono y ritmo de la serie. “Mindhunter” reafirma la vieja tradición de las series criminales estadounidenses, pero renueva su propuesta a punta de ideas y estilo. Una serie que, si bien podría concluir triunfalmente en este punto, provoca una ansiedad por más. Lo que habla más que bien de ella.
EL DATO
Todos los episodios de "Mindhunter" están disponibles en Netflix.